lunes, 11 de marzo de 2013

La Educación en México durante el periodo de Lázaro Cardenaz


Pese a su confinamiento en los archivos, las revistas especializadas y los corrillos de la academia, los historiadores no han renunciado a la pretensión de participar en los debates acerca del momento y del futuro de la educación. Atisban el pasado desde el presente y anhelan proporcionar a sus contemporáneos espejos en los cuales mirarse. Sin embargo, las oportunidades que ello suceda son escasas: analistas políticos, sociólogos, funcionarios públicos, maestros e historiadores transitan caminos distintos. En las escasas ocasiones en las que se topan unos con otros, intercambian saludos y prosiguen sus respectivos viajes.
El tema de las reformas educativas es idóneo para favorecer el diálogo entre quienes se ocupan de la educación del presente y aquellos que incursionan por su ayer. Los primeros tienen como preocupación central cómo innovar el sistema educativo. Considerar procesos de transformación acontecidos tiempo atrás podría serles de utilidad para resolver los retos que se les presentan. El conocimiento de la trayectoria histórica de la educación es medio insustituible para idear y poner en práctica propuestas de cambio. Entre otras cosas, obliga a reconocer que la solución de los problemas educativos actuales exige sensibilidad hacia el pasado de las instituciones e ideas y de los sujetos que en ellas intervinieron.

La reforma que conmovió a México en la medianía de los años treinta resulta impar para reflexionar acerca de la naturaleza, los alcances y los límites de las iniciativas de cambio en los sistemas educativos de América Latina. Según sé, ésta fue la primera vez que el término educación socialista fue incluido en la constitución de un país latinoamericano. El que ello se produjera en la etapa conclusiva de la revolución mexicana lo vuelve aún más particular. . Las acciones realizadas por el general Lázaro Cárdenas en favor del país y de sus “clases desposeídas” apresuraron el ritmo del tiempo mexicano, alteraron el cambiante pulso de la experiencia de los hombres y removieron expectativas de progreso, justicia, libertad e independencia surgidas desde décadas atrás. Dichas alteraciones se produjeron en un contexto internacional signado por el ascenso del fascismo y la germinación de la segunda guerra mundial.

Este artículo presenta un panorama, necesariamente limitado, de lo que fue la educación socialista y lo que significó su aplicación. Dada la cuantía y la diversidad de espacios, tiempos y problemas estudiados con respecto al tema, decidí centrarme en el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, de 1934 a 1940, y dentro de él en tres pares de aspectos: a) cuál fue la política educativa del gobierno federal y qué conflictos hubo de enfrentar; b) qué estrategias se instrumentaron para aplicar las disposiciones normativas y cómo alteraron la estructura del sistema educativo de la época; c) cuáles fueron los principales proyectos escolares para el campo y para las ciudades y qué respuestas suscitaron en la población. Hay tantas cosas por decir acerca de estos asuntos y tan poco espacio para hacerlo, que intenté circunscribirme a los hechos más esenciales, sin negar por ello su complejidad ni contentarme con su simple enumeración. En todo caso, quien después de leer estas páginas tenga curiosidad por alguno de los sucesos en ellas descritos puede acudir a las fuentes citadas. De manera deliberada armé este texto como una especie de brújula para orientar al lector en su posible excursión por los documentos centrales de la educación socialista, los estudios referentes a ella y las reflexiones que éstos han permitido desarrollar.

La política educativa del poder central

Poco antes de que concluyera el año de 1934 el Congreso de la Unión aprobó la propuesta del Partido Nacional Revolucionario (PNR) de modificar el artículo tercero constitucional. Ya reformado, el texto establecía que la educación impartida por el estado debía ser socialista, excluir toda doctrina religiosa y combatir el fanatismo mediante la inculcación de un concepto racional y exacto del universo y de la vida social. Asimismo, ampliaba las facultades del gobierno federal tanto para controlar los distintos niveles del sistema educativo como para vigilar el funcionamiento de las escuelas particulares.
La iniciativa de modificar la orientación que en materia educativa determinó el Congreso Constituyente de 1917 fue parte y consecuencia de una serie de cambios en las correlaciones de fuerzas al interior del partido oficial, el PNR, así como de la presión de los sectores populares por él organizados. La presencia dentro de la estructura partidaria de nuevos actores políticos y el fortalecimiento de los líderes radicales favorecieron que en el Plan Sexenal acordado en 1933 se establecieran compromisos con el reparto agrario, la reforma educativa, la soberanía sobre los recursos naturales y los derechos sindicales. PNP. Este documento reflejaba en muchos sentidos los principios nacionalistas y populares de las diversas fuerzas revolucionarias, reforzados por las corrientes en favor de la intervención estatal como elemento de equilibrio entre las clases sociales y motor de las transformaciones que se creía necesario impulsar. En el terreno de la educación recuperó prácticas e ideas desarrolladas desde al menos tres lustros atrás: el pensamiento liberal de principios del siglo XX, la enseñanza racionalista, las experiencias radicales experimentadas en algunas entidades de la república, la escuela de la acción propuesta por la Secretaría de Educación Pública (SEP) en años precedentes y el modelo pedagógico soviético. Estos afluentes confluyeron en una sola voluntad: construir, bajo el control directo del gobierno federal, una escuela inspirada en la doctrina de la revolución mexicana.

Durante su gira electoral, Lázaro Cárdenas difundió el Plan Sexenal haciéndolo vivir en términos de tierras, escuelas, cooperativas y créditos agrícolas. La educación socialista fue uno de los emblemas de su propaganda, así como el motivo de movilizaciones callejeras y componendas partidistas. Las centrales sindicales, los ferrocarrileros, las ligas agrarias y algunas fracciones del magisterio se manifestaron en favor de ella. Más tarde, el PNR movilizaría a su maquinaria para tomar las calles y mostrar a los “conservadores” su apoyo a la iniciativa de ley. Es factible que estos actos fueran promovidos desde las cúpulas gubernamentales y que muchos de quienes participaron en ellos desconocieran el móvil que defendían. Sin embargo, no podemos excluir la existencia de adeptos a esta causa ni desmerecer su importancia.
Lázaro Cárdenas tuvo que enfrentar el descontento ocasionado por el proyecto de reforma. El intento de introducir innovaciones como la coeducación y la educación sexual habían generado protestas de magnitud considerable que obligaron al titular de la SEP del gabinete anterior, Narciso Bassols, a renunciar a su cargo. En la ciudad de México y en muchas regiones del país, sobre todo las más afectadas por la Cristiada, existían asociaciones de padres de familia, grupos afiliados a la Liga Nacional de Defensa de las Libertades Religiosas, confederaciones de universitarios, núcleos sinarquistas, cristeros todavía en armas, autoridades públicas, órganos patronales, hacendados, rancheros y gremios de artesanos dispuestos a luchar por sus convicciones e intereses. Al otro lado de la trinchera también había una amplia gama de fuerzas combatientes: ligas antirreligiosas, organizaciones femeniles, comités pro educación socialista, uniones de estudiantes, sindicatos de maestros, hermandades de artistas e intelectuales, partidos políticos de izquierda y confederaciones tanto obreras como campesinas. La mayor parte de estas fuerzas, ya fueran de uno u otro bando, contaban con experiencia en el manejo de los asuntos públicos. Los años de lucha armada (1910-1920) dejaron como saldo una sociedad activa, dispuesta a batallar dentro del proceso de reestructuración que trajo consigo el derrumbe del antiguo régimen. Más tarde, la guerra cristera amplió la convocatoria y la capacidad de organización vastos sectores rurales y urbanos a lo largo del país. Al tiempo que ello sucedía se produjeron movimientos en favor del reparto de tierras, mejoras salariales y democratización de la vida pública. Para 1934, aún con las secuelas del trance económico de 1929, México vivía una situación crítica, bajo un clima enrarecido por las afrentas del pasado y la desesperanza hacia el porvenir. 

En este contexto, el candidato Lázaro Cárdenas fue sometido a presiones provenientes de diversos frentes. Varios de los conflictos fueron protagonizados por líderes de su partido, el temido y odiado Plutarco Elías Calles en primer lugar. En julio de 1934 este dirigente pronunció en la ciudad de Guadalajara, cuna y bastión del movimiento católico, un discurso incendiario en contra de “los elementos clericales y reaccionarios” que se habían apoderado de la escuela. Su arenga reavivó el temor hacia una nueva persecución religiosa y predispuso a la Iglesia en contra de la reforma del artículo tercero. Los miedos se redoblarían ante la presión ejercida por algunos líderes que pidieron la aplicación inmediata de los principios constitucionales y activaron a sus “bases” para llevar “hasta sus últimas consecuencias” las versiones más ortodoxas de la educación socialista. Por el contrario, otros gobernantes, entre ellos el presidente aún en funciones, Abelardo Rodríguez, creían que la modificación del texto constitucional era un desacierto que podría acarrear más problemas que beneficios. La opinión de este funcionario era similar a las de otros veteranos de la educación pública, quienes consideraban innecesario crear un clima de confrontación que pusiera en riesgo los avances logrados años atrás.
La aprobación legal del dictamen presentado por la comisión correspondiente fue más que un trámite burocrático llevado al cabo por un poder legislativo dócil. Durante los debates salieron a flote no sólo las fracturas internas del PNR, sino la falta de claridad en torno al por qué y el cómo reformar al sistema educativo y la existencia de diversas concepciones acerca del sentido y los alcances de los cambios. Los diputados se enfrascaron en apasionadas discusiones acerca de la proximidad o la lejanía del socialismo, el significado de este término y sus contradicciones con el régimen económico entonces vigente. Hoy en día estos alegatos pueden ser vistos con desdén y provocar sarcasmo, pero en su tiempo eran tomados muy en serio.
Tan pronto fue aprobada la enmienda constitucional el gobierno creó el Instituto de Orientación Socialista, organismo responsable de elaborar los lineamientos para la enseñanza básica. En poco tiempo, de acuerdo con el pulso apresurado del momento, diseñó el Plan de Acción de la Escuela Primaria Socialista, que fue distribuido por todo el territorio nacional. Más que de la educación socialista en el sentido ortodoxo del concepto, este documento hacía referencia a una “escuela socializada que no estuviera al margen de la vida y la sociedad, sino que combatiera sus lacras y actuara en defensa de las clases desposeídas”. Lejos de marcar un solo camino, daba cabida a diversas propuestas pedagógicas, siempre y cuando privilegiaran a la comunidad, la propiedad colectiva, al trabajo y al conocimiento útil, y se opusieran al individualismo, la religión y la injusticia social.

Además de conciliar diferentes posturas dentro de las esferas oficiales, el nuevo gobierno tenía que mantener el frágil equilibrio logrado en 1929 con la jerarquía eclesiástica, que encabezó la batalla en contra del “ateísmo” estatal. Desde 1932 fueron elaboradas y difundidas pastorales que instruían a los fieles sobre cómo actuar para que “en las escuelas no se enseñara nada contra la fe y contra las buenas costumbres”. Inmediatamente después de la reforma constitucional los padres de familia fueron prevenidos de que al enviar a sus hijos a las “escuelas socialistas” cometían pecado capital. Una pastoral colectiva fechada el 12 de enero de 1936 afirmó que ningún católico podía ser socialista, ni aprender o enseñar el socialismo, o suscribir declaraciones en las que tuviera que admitir el naturalismo pedagógico y la educación sexual. Meses después se exhortó a la grey a combatir el laicismo y la enseñanza socialista y comunista por “contener errores trascendentales e ideas disolventes del orden y de la sociedad”.

El acoso de la Iglesia y de las asociaciones vinculadas a ella obligó al gobierno a moderar el tono antireligioso de la reforma educativa. Ello le resultaba vital debido a los rescoldos de la rebelión cristera, que tuvo entre sus enemigos más odiados a los maestros rurales y a los dirigentes de los comités agrarios. La censura de la jerarquía eclesiástica hacia los cristeros alzados, “hombres miserables sin medios ni ayudas”, era esencial para combatir la ola bélica y evitar que ésta se expandiera. De aquí que Lázaro Cárdenas, más respetuoso que sus antecesores de la religiosidad del pueblo mexicano, intentara ser cuidadoso para con la oposición católica y no secundara el matiz iconoclasta que algunos de sus aliados quisieron darle a la reforma. En 1935 restringió la campaña anticlerical y canalizó los esfuerzos hacia la realización de su proyecto social, en particular lo referente al reparto agrario y la colectivización de las tierras expropiadas. Este programa sería parcialmente cancelado a partir de 1938, año de la nacionalización del petróleo, cuando las amenazas del exterior, las correlaciones políticas internas, la oposición a algunas de sus medidas y la disputa por la sucesión presidencial obligaron al régimen cardenista a matizar sus propuestas originales. Ese fue el año de la reconciliación nacional, cuando el presidente suspendió la aplicación de las leyes anticlericales y logró la paz que las armas no habían podido lograr.
La primera oleada en contra de la reforma coincidió con el desarrollo del conflicto entre Lázaro Cárdenas y Plutarco Elías Calles, “Jefe Máximo” de la revolución, fundador del PNR y uno de los causantes principales del descrédito de la ciudadanía hacia el poder público. En 1935, tras la serie de movimientos que culminaron con la expulsión de Plutarco Elías Calles del país y el nombramiento de un nuevo gabinete, Lázaro Cárdenas sustituyó a su primer secretario de educación, Luis García
Téllez. No fue éste el efecto más importante de la querella en los círculos del poder. Los requerimientos de combatir a los aliados del callismo y de acrecentar las fuerzas leales al bloque cardenista definieron en gran medida las orientaciones de la política educativa del ejecutivo federal. Ello ayuda a explicar por qué éste favoreció a fuerzas locales contrarias a la educación socialista, solapó a autoridades que no aplicaron los lineamientos educativos estatales y ejerció la ley “a discreción”, de acuerdo con sus necesidades más inmediatas y sus intereses a largo plazo. Lázaro Cárdenas actuó de manera desigual y no siempre de acuerdo con sus convicciones, lo cual no desmerece su ideario ni le resta méritos a sus acciones. En todo caso, es indicativo de la debilidad del Estado posrevolucionario y de sus dificultades para imponer su voluntad.
Desde finales de 1937 el Presidente y sus aliados orientaron sus esfuerzos hacia la reestructuración del PNR, cuyo nombre, directiva y estructura interna fueron modificados un año después. A partir de entonces, el discurso y las actividades gubernamentales en materia educativa se concentraron en la meta de incrementar el poder del gobierno federal y el de las filiales partidarias sobre los poderes locales, base de los pactos que permitieron el nacimiento y el desarrollo de la SEP. El peso depositado en la faceta doctrinaria de la escuela socialista decayó; a cambio de ello, se reforzó la tendencia a crear un sistema educativo unificado bajo el dominio directo de la SEP. En 1939 fue aprobada una nueva reglamentación que afinó las medidas de control e hizo posible lo que, no sin razón, los opositores a estas normas llamaron “monopolio educativo estatal”.

Gestión educativa y control estatal

A lo largo de su periodo presidencial, en algunos momentos y zonas con mayor intensidad que en otros, Lázaro Cárdenas le confirió a la educación un papel decisivo en el cumplimiento de la política gubernamental. Congruente con ello, intervino más que ningún otro presidente de la república en los asuntos educativos, amplió los recursos financieros y los apoyos destinados a la educación y asignó a los maestros y a las escuelas importantes funciones en la transformación de la sociedad mexicana. Ellos debían ser agentes del cambio y guías de las organizaciones populares en la lucha en contra de las fuerzas conservadoras y en favor de una sociedad más justa, democrática y autónoma.
Para cumplir con lo anterior, el gobierno introdujo algunos cambios y fortaleció tendencias que alteraron la estructura del sistema educativo de la época. Las alteraciones comenzaron en la propia SEP, que por primera vez desde su creación, en 1921, fue conducida por hombres provenientes de la provincia y ajenos a los círculos intelectuales de la ciudad de México. El manejo de las prioridades y los métodos educativos pasó de los intelectuales que habían resguardado las instituciones culturales y la educación superior desde el ocaso del porfiriato, hacia maestros y funcionarios “plebeyos” con vasta experiencia dentro del sistema escolar. Sus conocimientos pedagógicos, sus afinidades con el magisterio y su liderazgo serían piezas clave en los avatares de la reforma educativa.

Los nuevos mandos de la burocracia promovieron la expansión cuantitativa del sistema federal de educación y el aumento de la vigilancia de la SEP sobre las escuelas públicas y privadas. Como resultado de ello se avanzó en la centralización del sistema educativo y se produjo una redistribución del costo del servicio educacional entre la federación, los estados y los municipios. El primer asunto, que en años previos había sido objeto de agrias discusiones, ocupó un lugar secundario en los debates que condujeron a la modificación del artículo tercero. Fueron pocos los legisladores que advirtieron los peligros de suprimir, en aras de lograr la “integración de una nacionalidad plena de vida”, la referencia explícita a que la jurisdicción del ejecutivo federal no podía ir en contra de la facultad de los estados para legislar sobre el ramo educativo. Su “descuido” sentó las bases legales para la centralizar técnica y administrativamente al sistema escolar mexicano. En 1937 el secretario de educación, Gonzalo Vázquez Vela, declaró su confianza en que “en un futuro no lejano, y sin menoscabo de la indispensable atención que debe darse a las modalidades regionales, la unificación sea completa y pueda hablarse de un sistema nacional único”. Para entonces se habían dado pasos firmes hacia la integración de los sindicatos de maestros. El poderoso Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de la República Mexicana (STERM), creado en febrero de 1938, sería un pilar en la construcción del entramado burocrático que en adelante se haría cargo del funcionamiento de la educación pública.

Durante los primeros años del gobierno cardenista la expansión de la SEP se produjo de forma diferenciada y con base en frágiles negociaciones entre las autoridades federales y las de los estados. En general, las primeras tomaron el control de las escuelas rurales y técnicas ya existentes y promovieron la creación de nuevos planteles en el medio rural. Por su parte, los colegios urbanos quedaron bajo la potestad de los gobiernos estatales, algunos de los cuales pusieron poca resistencia a los afanes centralizadores. Los traslados administrativos los liberaban de una carga financiera que no podían sostener, así como de una fuente constante de conflictos políticos. Ello explica por qué incluso entidades con una fuerte tradición de autonomía, por largos años reticentes a los dictados federales en materia educativa, aceptaron la intervención de la SEP. Tal fue el caso de Oaxaca, donde para 1934 aún privaban las leyes educativas previas a la revolución de 1910. El rechazo de las fuerzas políticas locales hacia el Estado posrevolucionario había dificultado la puesta en práctica de los programas educativos federales. En los albores de la década de los treinta los municipios aún tenían el control administrativo y la carga financiera de la mayoría de las escuelas. Ello era motivo de contrariedades entre los maestros y las autoridades municipales. Cansados de soportar la “tiranía municipal”, los profesores lucharon en favor de federalizar la enseñanza. Sus batallas coincidieron con el establecimiento de nuevos lazos entre los grupos políticos oaxaqueños y el gobierno federal. El acuerdo legal de 1936 entre la federación y el gobierno estatal fue producto y parte de estas relaciones. A partir de entonces, la SEP se hizo cargo tanto de los costos financieros como de la operación administrativa de buena parte del sistema educativo oaxaqueño. Ello facilitó la promoción del programa cardenista, que fue objeto de ataques por parte de los viejos cacicazgos forjados en las luchas decimonónicas del liberalismo militante y en la defensa de la independencia del estado frente a las imposiciones del centro.
Los avances de la SEP ampliaron en cantidad y magnitud los conflictos entre los poderes federales y los municipales por el control de las escuelas. A diferencia de los problemas que pudieran surgir en las transacciones entre la SEP y los gobiernos estatales, en los suscitados dentro de los municipios se movilizaban actores directos de la trama escolar. Los estudios regionales describen quejas de maestros e inspectores sobre el comportamiento de autoridades municipales, a las que se les hacían acusaciones de diverso orden: actuar en contubernio con los curas, ocultar información, regatear la contribución económica que les correspondía, proteger los intereses de los hacendados, solapar las actividades de gavillas armadas, incitar a la población en contra de la educación socialista y el reparto agrario, hostigar a los maestros y los misioneros culturales. Los reclamos eran mutuos: presidentes, síndicos y ayuntamientos enviaban a la SEP reclamaciones constantes por cuestiones financieras o relativas a la gestión escolar, así como por la intromisión de los maestros en asuntos fuera de su competencia y su falta de sensibilidad para con las problemáticas y las creencias de los habitantes.El desarrollo del sistema educativo federal implicó el fortalecimiento de la SEP, que aumentó el número de maestros, inspectores y directores federales. Ya desde años atrás estos “cuadros” habían sido pieza clave para la promoción de las innovaciones educativas. Su relativa independencia con respecto a las autoridades locales, su formación profesional e ideológica, sus vínculos con agencias federales y sus alianzas con organizaciones dependientes del partido oficial les permitían realizar actividades fuera del alcance de los profesores y de los directivos estatales, más atados que los primeros a las redes tradicionales de poder. Son muchos los casos descritos por los historiadores de agentes federales que realizaron intensa tarea de convencimiento, organización partidaria y lucha social. La SEP acostumbraba trasladarlos de un lugar a otro con instrucciones precisas de actuar de tal o cual manera. En algunas circunstancias, ellos eran los encargados de mediar conflictos o generar situaciones favorables para el logro de ciertos propósitos: combatir la oposición, regular labores de reparto agrario, crear filiales del PNR, organizar actos cívicos, participar en las elecciones y promover campañas nacionales de vacunación, de antialcoholismo, de fomento al deporte y de apoyo a los actos del gobierno. 
Las campañas organizadas por la SEP en coordinación con otras dependencias sirvieron para ampliar los horizontes de las comunidades y hacerlas partícipes de asuntos que unían al conjunto de los mexicanos. Maestros, niños, padres de familia y escuelas de toda la república acudieron al llamado hecho por el mandatario para apoyar la valiente decisión de nacionalizar las compañías petroleras, reunir fondos con el fin de pagar las deudas y defender la soberanía frente a las amenazas bélicas de los Estados Unidos y el boicot comercial acordado contra México. Durante la primavera de 1938 los planteles fueron convertidos en centros de acopio, propaganda y apoyo a la expropiación petrolera.
El afán centralizador del gobierno federal no sólo afectó la autonomía de los estados y la participación de la ciudadanía en los asuntos educativos; también alteró las tasas de crecimiento, la composición y la conducta de la educación privada. Aunque minoritarias en relación con las escuelas públicas (cerca del 10% del total) las privadas tenían grande influencia en la formación de ciertas capas sociales, en especial de los sectores medios urbanos, así como en la difusión y el mantenimiento de la cultura religiosa. Pese a los sucesivos embates gubernamentales, a lo largo de los años inmediatamente posteriores al triunfo de la revolución este tipo de planteles no sólo había logrado sobrevivir, sino desarrollar principios, valores, métodos y formas de funcionamiento autónomos. A nivel nacional, se crearon mecanismos no sancionados por instancias legales que permitían su existencia. En los escenarios locales había espacios abiertos para la negociación cotidiana entre las autoridades públicas y las eclesiásticas.

En 1935 el gobierno promulgó un decreto que definía la relación entre el gobierno y las escuelas privadas y señalaba los requisitos formales para el funcionamiento de éstas. En él se reiteraba que la educación era una función exclusiva del Estado, que delegaría funciones en los particulares sólo cuando éstos “garantizaran plenamente la enseñanza socialista, la exclusión de toda prédica religiosa, la acción desfanatizadora y la preparación de la juventud libre de los prejuicios del actual régimen de especulación individualista”. Entre otras cosas, la nueva reglamentación indicaba que sólo serían aceptados maestros que a juicio de la SEP pudieran desempeñar las funciones pedagógicas e ideológicas que se les habían asignado.

Lejos de acabar con “los focos de infección”, las medidas de inspección, control y cierre de los colegios privados y las encaminadas a asegurar la “lealtad” de los docentes hacia la doctrina oficial propiciaron el desarrollo de estrategias que reforzaron la autonomía de la instrucción privada frente al Estado y ampliaron su popularidad ante los creyentes. Numerosas instituciones funcionaron al margen de la ley, a menudo solapadas por los responsables de aplicarla. Las más recurrieron a métodos como cambiar sus nombres, ocultar o desmantelar capillas y oratorios, simular la aplicación de los programas y el uso los libros de texto oficiales o evadir la inspección; otras optaron por trabajar en la clandestinidad.

Para el gobierno, la aplicación de las normas referidas a las escuelas privadas representaba un alto costo político y financiero. Además de generar conflictos con los padres de familia y el clero, mermaban recursos que podían ser destinados a otros rubros. Debido a ello, al comenzar el año de 1938 Lázaro Cárdenas declaró una tregua e invitó a los particulares a cooperar para satisfacer las necesidades de la población en materia educativa. Para entonces, el gobierno había variado el rumbo de su política y avanzaba hacia la conciliación plena con la Iglesia y el establecimiento de pactos con los sectores empresariales. En el terreno educativo se puso mayor énfasis en las necesidades de la integración nacional y en las cuestiones pedagógicas que en las de orden político. En coordinación con la SEP, el STERM y el Congreso de la Unión, el Presidente se concentró en lograr una tarea pendiente desde el cenit del siglo XIX: crear un sistema educativo unificado.

Dada la heterogeneidad de las medidas practicadas por el gobierno federal y la desigualdad de sus resultados en las diferentes regiones del país, resulta difícil, y en muchos sentidos arriesgado, aquilatar los saldos de la reforma de 1934 y emitir valoraciones tajantes sobre ellos. Lo sucedido en aquellos años contribuyó a homogeneizar la enseñanza, consolidar la presencia del ejecutivo federal dentro de los sistemas estatales, concentrar en la SEP la toma de decisiones y el gasto financiero de los servicios educativos, e introducir nuevos actores políticos y civiles en los órganos de dirección. A largo plazo, este proceso centralizador tendría efectos devastadores en cuanto a la autonomía de los estados, la independencia del gremio magisterial y la participación ciudadana en los asuntos educativos. Sin embargo, en su momento fue producto del esfuerzo compartido de una amplia gama de fuerzas políticas y sociales. El proyecto cardenista avanzó sólo donde había condiciones para ello y en la medida que contó con respaldo popular. En muchas zonas del país favoreció el resquebrajamiento de redes de poder sustentadas en cacicazgos y el ejercicio de la violencia. El que al paso del tiempo los nuevos actores perdieran consenso y fueran supeditados a la lógica gubernamental no le resta valor a los cambios ni denigra a quienes los hicieron posibles. Tampoco le da la “razón histórica” a los sectores que en su momento los combatieron. En todo caso, sugiere la derrota, compartida por unos y otros, de una sociedad que puso tanto lo mejor como lo peor de sí en la lucha por la escuela.

Escuelas, ejidos y maestros

Durante el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas se sostuvo la tendencia, generada desde más de una década atrás, de dar prioridad a las distintas modalidades de la educación rural, que fue parte medular de la política educativa posrevolucionaria. Su relevancia fue reconocida en el Plan Sexenal de 1933, que tenía entre sus metas principales elevar a más del doble el número de escuelas rurales, unificar los contenidos escolares y elevar su calidad. Estas metas eran compartidas por el entonces aspirante a ocupar la silla presidencial, quien a lo largo de su gestión como gobernador de Michoacán, su estado natal, dio muestras de fe en los efectos redentores de la educación sobre las masas campesinas e indígenas, que constituían el porcentaje mayoritario de la población mexicana y eran las principales víctimas de los “males” que se querían combatir: la pobreza, la insalubridad, la incomunicación, el latifundismo, el analfabetismo y la religión. Ya como presidente, Lázaro Cárdenas declaró en repetidas ocasiones que el maestro rural era el personaje más importante del México del momento y que la escuela tenía un valor excepcional para el logro de las demandas más sentidas del pueblo.
Las instituciones, los planes de estudio y los libros de texto elaborados en el curso del periodo cardenista se nutrieron de los antecedentes más inmediatos de la educación rural mexicana,pero también propusieron nuevos componentes. El énfasis en los contenidos técnicos y antireligiosos de la enseñanza disminuyó. A cambio de ello, se buscó que niños y adultos se organizaran para mejorar la vida de las comunidades, hacer efectivos los derechos de obreros y campesinos, defenderse de los abusos de las autoridades y proteger los recursos e intereses nacionales. Dicha prioridad fue parte esencial de un proyecto de grandes magnitudes y ambicioso en cuanto su fin supremo: transformar los saberes y las prácticas de las masas campesinas. Para lograr esto, el gobierno entretejió los avatares de la escuela rural con la distribución de tierras y el fomento de los ejidos. Los éxitos y fracasos de la educación socialista fueron parte y consecuencia del reparto agrario y la voluntad estatal para hacer del ejido una institución permanente, célula primigenia de la vida social y cabeza de playa del poder central en las comunidades961
Lázaro Cárdenas “quiso sobre todo ser el gobernante del campo, en el campo y para el campo”. El reparto de tierras fue su obra predilecta desde la última estación de 1936 hasta el otoño de 1937. En los años siguientes sería el punto de confluencia de las principales dependencias gubernamentales. A nivel cultural, esta obsesión propició lo que Luis González denomina “arte agrarista”, que produjo poesías para recitar en coro, largos poemas que daban razón de los sufrimientos de la gente del campo, canciones alusivas al agrarismo, corridos como el del agrarista y lamentos de la clase desposeída”. Lanovela campesina se volvió best-seller; la naciente industria cinematográfica prodigó rancheros cantores, trajes típicos, peleas de gallos y por tierras, trenzas femeniles, jícaras y moles. El mausoleo revolucionario privilegió la imagen campesina de Emiliano Zapata sobre las de los caudillos rancheros al estilo Francisco Villa y las de los políticos citadinos como Francisco I Madero.
El sistema de educación rural tuvo dos componentes básicos: las escuelas rurales federales, que impartían instrucción elemental a niños y adultos, y las Regionales Campesinas, encargadas de formar y capacitar maestros y técnicos agrícolas. Estas últimas habían nacido en 1932 con el doble propósito de transformar las técnicas de producción y la mentalidad de los campesinos. Con vistas a lograrlo, se les asignaron proyectos de investigación y de acción social que supuestamente debían apoyar el trabajo de las escuelas primarias aledañas y de los maestros que trabajaban en ellas. Asimismo, se les otorgaron facilidades para que laboraran en combinación con el Banco Ejidal de Crédito Agrícola.

De acuerdo con los reglamentos de la SEP, los alumnos de las Regionales debían tener cursados al menos tres años de primaria y ser hijos de ejidatarios, pequeños agricultores, artesanos o pequeños industriales de los poblados más menesterosos de las zonas donde estaban las instituciones. Durante sus estudios, los inscritos gozaban de una beca y vivían en los internados mixtos. Además de cursar las materias de la especialidad por ellos elegida, estaban obligados a participar en las actividades cotidianas del plantel, incluido su gobierno. Se esperaba que los egresados se convirtieran en líderes laicos que sustituyeran al cura en la comunidad e hicieran obra práctica de mejoramiento “a través de una escuela con vida que se proyecte al campo y al hogar”.
Si bien no todos los estudiantes cumplían los requisitos establecidos, las Escuelas Regionales funcionaron de canal para que algunos sectores de la población rural se incorporaran al mundo escolar y, a partir de ahí, a la burocracia gubernamental. Contribuyeron a formar nuevos dirigentes que a largo plazo transformarían la composición social y de género de las elites políticas locales. El que la mayoría de los alumnos fueran recomendados por presidentes municipales, por comités ejidales o educativos y por organizaciones sindicales, contribuyó a ello. Igualmente importante fue el hecho que el gobierno se comprometiera a contratar a quienes pasaran por sus aulas.

La actividad de estos centros fue minúscula frente a la magna tarea realizada por las escuelas primarias rurales en aquellos años terribles. Y si recurro a esta palabra no es para usar un adjetivo más, sino con el fin de advertir al lector sobre una de las facetas que tuvo en México la lucha por secularizar la vida en el campo, incorporar a los campesinos a la dinámica nacional y hacer de la escuela una agencia portadora de los ideales revolucionarios. Durante el periodo cardenista más de doscientos maestros rurales fueron asesinados; muchos otros fueron heridos por gavillas armadas, poblaciones enardecidas, guardias blancas solapadas por caciques y hacendados o autoridades del gobierno opuestas a los dictados de la federación. La mutilación de los cuerpos, en particular el corte de orejas, y la saña con la que se actuó sobre las mujeres dan cuenta del horror vivido en diversas regiones del país como Guanajuato, Puebla, Jalisco , Colima y Veracruz, y de los altos costos, en términos humanos, que representó la cruzada por el rescate del “alma nacional”. Las víctimas no fueron sólo de un lado: aunque menos reconocida, los opositores al régimen también dieron su cuota de mártires.
La ejecución de maestros fue la más repulsiva de las muchas expresiones de rechazo e inconformidad hacia la reforma de 1934. La quema de aulas, la inasistencia a clases, el hostigamiento cotidiano a los maestros, la indiferencia o el abandono fueron prácticas comunes en algunas zonas como la de Los Altos de Jalisco, el sur del Estado de México y el de Sinaloa, las regiones serranas de Puebla y algunos municipios de Aguascalientes, Querétaro y Durango. Redes civiles y paramilitares, algunas de ellas fuera del control de los poderes institucionalizados, se enfrentaron al proyecto educativo y agrario del gobierno. Durante los albores del cardenismo la lucha cobró cauces violentos y llegó a paralizar casi por completo la actividad escolar. El Estado respondió a los ataques mediante el cierre de escuelas y de iglesias, la “purga” de maestros considerados “reaccionarios”, la expulsión de sacerdotes y de monjas, las campañas militares y la entrega de armas a los campesinos leales al gobierno.
Sería deshonesto mostrar sólo la faz violenta, y por tanto de mayor dramatismo, de lo acontecido en el campo mexicano de aquella época. Así como hubo brotes de disconformidad, también los hubo de aceptación y de entusiasmo. Habitantes de no pocas poblaciones del país compartieron los principios de la educación socialista y actuaron como sus defensores más acérrimos. Calificarlos de “grupos de acarreados” o de “vendidos que canjearon sus ideales por tierras y créditos” es tan injusto como desacreditar a sus enemigos.
Ejemplos como el norte de Sinaloa, algunas localidades agrícolas y urbanas de Sonora, el corredor industrial de Tlaxcala y la comarca lagunera son indicativos de la existencia de consensos activos hacia la educación socialista. En estas regiones la Iglesia tenía escaso influjo sobre la población, ya fuera debido a que su presencia había sido desplazada a lo largo del siglo XIX o a que nunca formó parte sustancial de la vida social. Desde mediados del porfiriato La Laguna se caracterizó por el desarrollo de patrones culturales “modernos”. La tradición militar de sus primeros colonos, la experiencia de haber participado en la Revolución de 1910 y las sucesivas luchas por la posesión de las tierras habían desempeñado un papel central. La secularización de su sistema educativo venía produciéndose desde décadas atrás, primero bajo la influencia del pensamiento liberal decimonónico y después por la difusión de las corrientes pedagógicas de la etapa posrevolucionaria. Algunos de los postulados centrales del ideario educativo del cardenismo habían sido aplicados incluso antes de que Lázaro Cárdenas ocupara la presidencia. Debido a ello, al momento en el que se produjo el reparto de tierras y la consecuente reorganización de las comunidades, las escuelas de la zona tuvieron el respaldo suficiente para convertirse en espacios reguladores del proceso de colectivización.
Los ejemplos descritos fueron casos excepcionales dentro de un panorama en el que las opciones intermedias, sin rechazo absoluto ni aceptación completa, eran las que predominaban. Ello obliga a cuestionar los modelos que destacan la resistencia de las comunidades hacia las “imposiciones” culturales de la escuela, así como a desarrollar perspectivas que den cuenta de los múltiples procesos de negociación cotidiana entre el Estado, los maestros y la población. A lo largo del periodo cardenista la escuela rural mexicana y sus principales artífices, los maestros y los pobladores de las comunidades en las que éstos trabajaban, dieron copiosas muestras de tolerancia y capacidad de diálogo. La mayoría de los profesores, en particular aquellos que tenían mayor arraigo en los espacios de su acción, supieron escuchar las voces de la gente, conciliar los intereses en conflicto, promover las demandas de la población y respetar sus costumbres. Por su parte, las comunidades se apropiaron de los contenidos escolares de acuerdo con sus valores e intereses, lo cual implicaba una restructuración del programa oficial.
Sin una mención, por más superficial que sea, a la educación indígena, el panorama educativo de la época cardenista resultaría incompleto. Según algunos autores, Lázaro Cárdenas fue el primer presidente en ciento quince años de vida independiente en reconocer la especificidad cultural de los indios y la necesidad de impulsar programas educativos acordes con ella. En 1937, frente a la tumba 104 de la zona arqueológica de Monte Albán, en Oaxaca, “reforzó, con respecto al indio, su ambición de salvarlo con la sustitución de las balsas de pulque y las ollas de mezcal por los cántaros de agua y la sustitución del templo por la escuela”. Asido a esa esperanza dio instrucciones al secretario de educación de que velara por la instrucción de las etnias. De inmediato, el jefe del Departamento de Educación Indígena ordenó que se realizara una investigación precisa de las condiciones del hombre que debían redimir. Con base en los resultados preliminares de este diagnóstico fue elaborado un programa educativo que tuvo dos prioridades: la puesta en marcha de las Escuelas de Trabajo (29 en total) y el fomento y la modificación de los Internados Indígenas. Su principal promotor, Carlos Basauri, reconoció la particularidad de estos planteles al señalar que no eran escuelas primarias ni prevocacionales, ni antecedentes para que los alumnos pasaran a otras instituciones educativas que los desvincularan de su medio. Respecto a los internados, indicó que su propósito era capacitar a los alumnos para que “lucharan con mayor provecho” cuando regresaran a sus comunidades de origen.

Lo hecho en aquellos años se deslindó de la antigua fórmula que intentaba “desindianizar”, es decir “desarraigar los dialectos regionales, las tradiciones, las costumbres, y hasta los sentimientos profundos del hombre apegado a su tierra”. La ruptura no llevó a idealizar el mundo prehispánico ni a convertir la miseria en folclor. Por el contrario, produjo ideas precursoras acerca de las virtudes y los defectos de los indios y de las métodos para garantizar su inclusión a la cultura nacional sin que ello significara la pérdida de su identidad.

Desafortunadamente no se han realizado estudios que detallen los avatares de las instituciones de educación indígena creadas en aquella época. Sí existen, en cambio, acerca de zonas en las que había poblaciones indias sujetas al sistema de educación pública federal. En su conjunto, estos trabajos reportan la existencia de una gran heterogeneidad en las respuestas hacia el programa escolar. Más que a razones étnicas, las diferencias se debieron a cuestiones relativas a la trayectoria histórica, las dinámicas políticas locales, la organización económica y los vínculos culturales de cada una de las poblaciones. La renuencia fue mayor en las comunidades que practicaban economías de subsistencia y habían estado al margen del conflicto revolucionario y de los programas estatales posteriores a él. Para ellas, el contacto con la escuela significaba el primer y tal vez el único vínculo con agencias gubernamentales y con prácticas culturales ajenas. Pero su rechazo hacia estas últimas no puede atribuirse sólo a la defensa de sus formas de vida frente a las amenazas del exterior. La oposición más radical al establecimiento de planteles provino tanto de los grandes terratenientes “ladinos” como de los caciques indios. Los primeros estaban renuentes a sostener los costos de escuelas en las que se les enseñara a sus peones técnicas “para acabar con la tiranía de los patrones”; los segundos no estaban dispuestos a compartir “con los del gobierno” cuotas de poder y espacios de control. La obstrucción de las labores educativas no provino sólo de los propietarios y del clero, sino de las mismas elites locales. Esto último es inadvertido por quienes defienden a toda costa la idea de una especie de Arcadia indígena enfrentada a los intereses capitalistas del Estado.

La educación en las ciudades

Los ejidatarios modernos constituían el ideal cardenista para el campo. Para las zonas urbanas, aún minoritarias pero en proceso de expansión y cambio, se forjó un prototipo distinto: el trabajador industrial, capacitado técnicamente, solidario para con sus semejantes, combativo en la defensa de su clase, abstemio, sano y robusto. En aras de este modelo, el gobierno prohibió la venta de licores en las cercanías de los centros de trabajo, ordenó que se instituyeran vistosos desfiles obreros, fundó la Escuela Normal de Educación Física, creó campos deportivos, patrocinó la venta de pescado barato, estableció comedores en algunas fábricas e hizo campañas en favor del consumo de carne y azúcar. Al mismo tiempo, dio prioridad a la enseñanza técnica, componente central del modelo de industrialización que el “presidente ranchero” imaginó para México. En su opinión, la mejoría económica y moral del país sin mano de obra capacitada y laboriosa, técnicos intermedios capaces y comprometidos, profesionales de alto nivel en todo diferentes a los universitarios liberales y empresarios dispuestos a apostar por el país.

La campaña en favor de la instrucción proletaria tuvo como campo principal de acción a la ciudad de México, en la que habitaba cerca del 30% de la población urbana del país. Su sostén administrativo e ideológico fue el Departamento de Educación Obrera, que vivió a contrapelo sólo tres años, sin cumplir los propósitos que justificaron su nacimiento: controlar las escuelas primarias y secundarias nocturnas para trabajadores (106 en total), desarrollar programas culturales dirigidos a los obreros y sustituir los “valores y aspiraciones de la “pequeña burguesía” mediante una verdadera escuela de la clase trabajadora. Los cursos estaban divididos en tres grupos: asignaturas académicas, instrucción política sobre la lucha de clases y educación física. La Universidad Obrera, cuyo principal artífice fue el líder sindical Vicente Lombardo Toledano, formó parte de este proyecto. En sus inicios, esta institución agrupó a intelectuales y artistas que se esforzaron por instruir a la “futura vanguardia de la revolución socialista” sobre los principios del materialismo histórico, los males inherentes al capitalismo y el devenir de una nueva era. Al paso del tiempo se convertiría en un esqueleto gobernado de manera vitalicia por su fundador.
A partir de 1937 el gobierno redujo la fraseología radical que hablaba de la capacitación como instrumento para facilitar el advenimiento del socialismo y redobló sus cuidados hacia la educación técnica, que además de sostener el crecimiento económico y el desarrollo de la industria nacional debía atender la demanda, cada vez mayor, de los sectores urbanos medios y bajos para recibir educación. La mayoría de las instituciones educativas de nivel secundario, medio superior y superior de las ciudades formaban parte de las universidades públicas, que en opinión de los cardenistas constituían una rémora inservible de la dictadura porfiriana. Ya desde años atrás existía la convicción de que el sistema universitario era incapaz de satisfacer las necesidades del país en cuanto a formación de recursos humanos, democratización de la cultura, investigación científica y capacitación de mandos técnicos. Su papel había sido titular profesionales liberales para un mercado de empleo ubicado en los centros urbanos y definido por los intereses de las minorías ilustradas. Quienes transitaban por sus aulas carecían de una conciencia de clase y de conocimientos específicos que les permitieran el ejercicio pleno de su profesión.

La iniciativa estatal de transformar la desventajosa situación de la enseñanza técnica contó con el apoyo de destacados funcionarios e intelectuales, quienes idearon un proyecto que llegaría a modificar los rasgos del sistema educativo mexicano y sus relaciones con el poder. Su columna vertebral fue el Instituto Politécnico Nacional (IPN), concebido como el tronco de un organismo con ramificaciones múltiples: las prevocacionales, equivalentes a las escuelas secundarias pero con materias técnicas que ofrecían a los alumnos una preparación básica para el trabajo; las vocacionales, responsables de formar técnicos, y la superior, dirigida a preparar profesionales en áreas consideradas prioritarias para la economía nacional. En sus orígenes, el IPN reunió a instituciones creadas bajo los auspicios del Estado revolucionario con otras de matriz porfiriana. La intención de sus creadores era reclutar a estudiantes provenientes de los sectores más bajos de la provincia y de la capital del país, para lo cual fueron creados un sistema de becas y un internado y se establecieron reglas destinadas a asegurar que los beneficiados fueran “legítimos” representantes de las “mayorías no ilustradas”.
La apertura del IPN, en 1937, significó una ruptura con el modelo universitario impulsado desde la medianía del siglo XIX, así como un ataque frontal a la Universidad Nacional de México (UNAM). A diferencia de ésta, que nació dotada de una relativa independencia legal respecto al Estado y a lo largo de su vida conquistó la autonomía plena, el IPN fue concebido e instrumentado como un órgano perteneciente al cuerpo estatal. No se le concedió margen alguno para actuar de manera independiente del gobierno central, ni se le fijaron mecanismos internos para la elección de sus autoridades y para la participación de estudiantes y maestros en la toma de decisiones. A largo plazo, estas ausencias propiciarían prácticas autoritarias y corporativas aún vigentes.

La inauguración del IPN no resolvía el problema educativo más inmediato y políticamente más explosivo en las ciudades del país: qué hacer con las escuelas secundarias urbanas creadas en 1925 con el fin político de quitarle a las universidades el control de la enseñanza media, el pedagógico de proporcionar una educación menos académica y más apropiada para aquellos colegiales que no pudieran o no quisieran ingresar a la universidad y el disciplinario de mitigar el “comportamiento escandaloso” de los adolescentes al interior de las preparatorias. En años anteriores al periodo cardenista, las secundarias crecieron debido a la presión de los sectores medios, burócratas, comerciantes, profesionales liberales y rancheros, que veían en ellas un trampolín seguro hacia una mejor calidad de vida. Las luchas por su aumento, orientación y costo habían estremecido a la SEP en los difíciles años de 1932 y 1933. Involucraron tanto a sectores sociales con amplia capacidad de convocatoria y movilización como a asociaciones “conservadoras” poco dispuestas a dejar en manos del gobierno un espacio que sentían, y de hecho lo era, sólo suyo.

En marzo de 1935 la SEP anunció su decisión de administrar toda la secundaria pública y privada con los propósitos de asegurar que ésta fuera accesible y útil a una mayor parte de la población y se sometiera a los principios constitucionales aprobados un año atrás. De inmediato se suscitaron protestas de padres de familia y medidas de fuerza por parte de las universidades públicas. En claro desacato a las advertencias que Lázaro Cárdenas le hiciera, la UNAM trató de competir con la SEP mediante la creación de una serie de escuelas secundarias, encubiertas bajo el nombre de “extensiones universitarias”. Maestros y funcionarios acusaron a esta institución de ser “una fortaleza reaccionaria” y solicitaron al gobierno que le pusiera un alto definitivo. La SEP no se opuso abiertamente al derecho de las universidades a instituir su sistema de educación secundaria; a su vez, éstas moderaron su ofensiva. Antes de que concluyera el año, la pugna se había desvanecido.

Durante el periodo 1935-1940 el número de escuelas secundarias controladas por la SEP creció en forma considerable. La mayor expansión se dio en los terrenos de la educación privada (116 planteles en 1940), y no en los de la pública (32 escuelas). Ello muestra que muchos padres de familia preferían pagar por la educación intermedia de sus hijos que enviarlos a colegios de gobierno. Dado que los años treinta no fueron de bonanza económica ni ofrecieron ventajas especiales a los sectores medios, he de suponer que la elección se debía a cálculos no directamente relacionados con las posibilidades financieras de las familias. Para algunas de éstas el motivo fundamental era de índole religioso: querían asegurarse que los jóvenes tuvieran una educación acorde con las creencias familiares. Sin embargo, las más buscaban mejor calidad en la enseñanza, el prestigio asociado a la educación privada y canales adecuados para el acceso a la universidad. Más que una “derrama”, el pago de colegiaturas representaba una apuesta al futuro.

El conflicto en torno a las secundarias formó parte de la cadena de movimientos que conmovieron a varias de las ciudades más importantes del país desde el año de 1929 hasta el de 1936. La campaña de José Vasconcelos a la presidencia de la república (1929), las jornadas en favor de la autonomía universitaria y la ruptura de los círculos intelectuales con el gobierno central habían creado un clima de confrontación entre las universidades públicas y el Estado. Las tormentas se reavivarían en 1933, al calor de las disputas por la educación socialista y las maniobras para que ésta fuera elevada a rango constitucional. En septiembre de ese año se llevó a cabo en la ciudad de México el Congreso de Universitarios Mexicanos, al que asistieron representantes de diversas instituciones. El rector de la Universidad de Guadalajara propuso en este acto que el materialismo dialéctico fuera declarado doctrina única en la educación superior. Antonio Caso, uno de los intelectuales con mayor prestigio y dentro de la UNAM, manifestó su desacuerdo e hizo una apasionada e inteligente defensa de la libertad de cátedra y la independencia del conocimiento frente a los poderes públicos. El alegato en favor del marxismo estuvo a cargo del entonces director de la Escuela Nacional Preparatoria, Vicente Lombardo Toledano, quien argumentó la necesidad de que el Estado, vanguardia, árbitro supremo y juez de la sociedad mexicana, vigilara la aplicación de la doctrina socialista en la enseñanza superior.

Lo acontecido en el Congreso sirvió como detonante de múltiples explosiones que estremecieron a las capitales más pobladas y con mayor dinamismo económico de la república, la ciudad de México en primer lugar. El gobierno atendió los reclamos de los estudiantes capitalinos y en octubre de 1933 expidió la Ley Orgánica de la Universidad, institución a la que le fue otorgada plena autonomía y le fueron retirados los subsidios estatales. Según Narciso Bassols, esta ley implicaba que la Universidad perdiera su carácter nacional y dejara de ser el órgano encargado de la cultura y la investigación. En su nueva calidad de organismo autónomo dotado de patrimonio propio, debía competir con las otras instituciones de enseñanza superior y demostrar a la nación su capacidad para autogobernarse.

Al tiempo que Lázaro Cárdenas realizaba su gira electoral, los dirigentes de la Federación Nacional de Estudiantes iban de un sitio a otro para difundir los principios de la libertad de cátedra y la autonomía, aprobados como banderas de lucha en el Congreso Nacional de Estudiantes realizado en mayo de 1934 en San Luis Potosí. Las capitales de Puebla, Jalisco, Zacatecas, Durango, Nuevo León, Aguascalientes y Coahuila fueron escenarios de nutridas manifestaciones públicas y de movimientos estudiantiles con amplio respaldo por parte de la ciudadanía. El presidente de la república, Abelardo Rodríguez, advirtió que el poder público ordenaría la clausura de aquellas instituciones que estallaran huelgas. El cumplimiento de la amenaza generó malestar en las poblaciones afectadas y exacerbó los ánimos en contra de la reforma educativa.

Lo sucedido en esos días borrascosos de 1934 influyó para que el Congreso de la Unión rectificara la intención inicial de supeditar a las universidades al artículo tercero constitucional y finalmente las eximiera de esta obligación. Influyó también en la decisión tomada por Lázaro Cárdenas de evitar pleitos gratuitos con los sectores universitarios, cuya popularidad crecía a la par que las agresiones en su contra se acrecentaban. En 1935 el presidente rechazó la propuesta de Narciso Bassols de realizar la separación definitiva y formal entre el Estado y la UNAM; meses después desoyó a Vicente Lombardo Toledano, que en “representación del sector obrero” exigió mano dura hacia las universidades y solicitó que éstas fueran puestas bajo el control directo de la SEP. No sólo ello: en desacuerdo con lo dicho tiempo atrás en sus discursos, Lázaro Cárdenas ordenó que el gobierno volviera a otorgar recursos financieros a la UNAM. Cuando en 1939 se puso a discusión un proyecto de reglamento que contemplaba el sometimiento de las universidades, el ejecutivo actuó con cautela y actuó para que, una vez más, quedaran fuera de la reglamentación federal.
Estas y otras medidas no implicaron la derrota total del Estado frente a los universitarios, ni cancelaron del todo su voluntad de acabar con los “privilegios de la cultura” y crear un sistema de educación superior acorde con los cambios del momento y la supuesta instauración de un nuevo régimen social. El gobierno federal favoreció la creación y potenció la fuerza de asociaciones de estudiantes y de académicos afines a su causa, apoyó el nacimiento de instituciones que se preciaron de ser socialistas y por tanto contrarias a la autonomía, y fomentó procesos de reforma que modificaron al menos dos universidades de matriz colonial, la de Guadalajara (Jalisco) y la Nicolaíta (Michoacán), y un colegio, el Civil Rosales (Sinaloa), de manufactura porfiriana. Estas permutas coincidieron con cambios en las redes de poder en los estados y de sus relaciones con el gobierno central.
El mayor aporte del cardenismo a la cultura superior se produjo dentro los linderos de la ciencia y la investigación. En 1938 fueron inaugurados los Institutos de Física y Matemáticas y la Facultad de Ciencias de la UNAM, que alterarían el perfil humanista de esta institución y sentaron bases para el desarrollo posterior de campos de conocimiento descuidados en nuestro país. Fuera de la UNAM se apoyó la realización de estudios especializados en la fauna y la flora mexicanas, así como el desarrollo de centros e investigaciones dedicados al estudio de problemas como las enfermedades tropicales, la nutrición, los parásitos y la salud en México. También las ciencias sociales fueron beneficiadas con la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, del Archivo Histórico de Hacienda y del Consejo de Lenguas Indígenas. El broche de oro de esta cruzada sería la fundación, en 1940, de El Colegio de México, al que vendrían a investigar y enseñar los refugiados españoles de la disuelta Casa de España.

Fotografía, Equipo 4.


Lázaro Cárdenas del Río

Fue un general y estadista mexicano, Presidente de México del 1 de diciembre de 1934 al 30 de noviembre de 1940. Se destacó, entre otras acciones de gobierno, por la reforma agraria y la creación de los "ejidos" en el sector agropecuario mexicano; por la nacionalización de los recursos del subsuelo, en especial del petróleo, y por haber brindado asilo político a los exiliados españoles durante la guerra civil. Así como, por haber consolidado las bases del funcionamiento del Partido Nacional Revolucionario y su proceso evolutivo, mediante la incorporación de las grandes centrales obreras, hacia el Partido de la Revolución Mexicana, antecedentes del Partido Revolucionario Institucional
(21 de mayo de 1895 - 19 de octubre de 1970)

Nació en Jiquilpan, Michoacán, México, al occidente del país; siendo hijo de Dámaso Cárdenas Pinedo y Felícitas Del Río Amezcua De Cárdenas . Fue el mayor de 8 hermanos. Tres hermanas (Angelina, Josefina y Margarita); y cuatro hermanos (Dámaso, Alberto, Francisco y José Raymundo). En 1913 se incorporó a la fuerzas revolucionarias de Martín Castrejón, después alcanzó el grado de general a los 25 años. De 1928 a 1930 fue gobernador del estado mexicano de Michoacán. Fungió como Secretario de Gobernación en el gabinete del presidente Pascual Ortiz Rubio y como dirigente del Partido Nacional Revolucionario.


General Lázaro Cárdenas.
El 1 de diciembre de 1934 fue electo Presidente de México. Posteriormente, durante el gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho, fue Secretario de Guerra y Marina.
Dueño de un trato muy sencillo y cordial, Cárdenas cosechó en vida más amigos que enemigos. Recibía en su casa desde campesinos hasta altos funcionarios.
Sus primeros años en el gobierno quedaron marcados por el enfrentamiento con el General Plutarco Elías Calles, a quien finalmente obligó a abandonar el país en 1936 y quien se exilió en Estados Unidos. Para consolidar su poder, creó una serie de organismos sindicales de carácter oficioso como la Confederación Nacional Campesina CNC y la Confederación de Trabajadores de México CTM y procedió a reorganizar su partido, ahora bajo el nombre de Partido de la Revolución Mexicana, modificando su estructura, por lo que de ser una federación de partidos locales y regionales, se integró con cuatro grandes sectores (campesino, obrero, popular y militar).
Cárdenas se caracterizó por acoger a los exiliados republicanos españoles que debieron salir de su país por la Guerra Civil española entre 1937 y 1942. En 1937, por intercesión de su esposa Amalia Solórzano, quien presidía el Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, asiló a 456 menores, huérfanos de la guerra civil e hijos de combatientes republicanos que fueron llevados a México, a petición del Comité Iberoamericano de Ayuda al Pueblo Español, dándoles alojamiento, sustento y educación en la ciudad de Morelia. Con el pasar de los años el grupo fue conocido como los Niños de Morelia. Su apoyo a la República Española no se limitó a esto, la defendió en foros internacionales e intentó ayudarla económicamente, incluso con exportación de armas; el gobierno de Roosevelt se opuso a estos planes. Al finalizar la guerra con el triunfo del ejército sublevado, Cárdenas puso bajo su protección a los exiliados españoles en Francia, incluyendo al Presidente Manuel Azaña, quien murió bajo protección diplomática mexicana y fue enterrado envuelto en una bandera mexicana, porque las autoridades colaboracionistas francesas se negaron a que fuera enterrado con la bandera española republicana. Cárdenas, Rafael M Pedrajo, y los diplomáticos del régimen, lograron que decenas de miles de exiliados fueran acogidos en México, incluyendo numerosos intelectuales que enriquecieron sensiblemente la cultura mexicana.
Entre 1937 y 1938 completó la nacionalización de la red ferroviaria y, después de un conflicto obrero patronal, expropió los bienes de las compañías petroleras residentes en México, lo que provocó la ruptura de relaciones con el Reino Unido. Enfrentó una intentona golpista encabezada por el general Saturnino Cedillo, con quien trató de dialogar por medio de su Jefe del Estado Mayor Presidencial, el coronel Ignacio M. Beteta. Finalmente Cedillo resultó muerto en combate.
También durante su mandato se transformó el Castillo de Chapultepec, antigua residencia de los gobernantes del país, dando lugar al Museo Nacional de Historia. De igual modo impulsó iniciativas para clausurar casas de juego y, rompiendo con la estrategia seguida por Calles, cesó la hostilidad hacia la iglesia católica. Asimismo, en el ámbito social y académico enfocado a la educación fundó el Instituto Politécnico Nacional (IPN), El Colegio de México (Colmex,) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), entre otros. Modificó la Ley Agraria, amplió también la red de carreteras y permitió la entrada a los refugiados políticos de muchos países, entre ellos 40 mil refugiados españoles de la guerra civil.
Al término de su mandato, estuvo al mando de la región militar del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, y -como parte de la estrategia de unidad nacional seguida por su sucesor- fue también Secretario de la Defensa Nacional del presidente Ávila Camacho hasta el fin del conflicto. Fue vocal ejecutivo de algunas empresas y presidente de administración de la Siderúrgica Las Truchas,[cita requerida] empresa que hoy lleva su nombre.
De su matrimonio con la señora Amalia Solórzano nació su hijo Cuauhtémoc, quien años más adelante sería: senador, gobernador de Michoacán, jefe de gobierno de la Ciudad de México y candidato a la presidencia de la República en tres ocasiones. Su nieto, Lázaro Cárdenas Batel, quien también ha incursionado en la política, estuvo a cargo de la gubernatura del Estado de Michoacán en el periodo 2002-2008.
Lázaro Cárdenas está considerado como uno de los más respetados presidentes de México debido a sus contribuciones en materia social y económica para el país. Hay quienes, sin embargo, refutan esta idea con base en los resultados políticos de largo plazo que originaron su conformación popular y corporativista del sistema político mexicano. Aunque esto no sea atribuible a Cárdenas directamente y sí, en cambio, a sus sucesores priístas, quienes fueron minando poco a poco los logros socio-económicos de Cárdenas.
Lázaro Cárdenas murió víctima de cáncer en la Ciudad de México en 1970.

Cardenismo

Cardenismo es el nombre de la corriente ideológica inaugurada por Cárdenas; pero también se le llama así a la etapa en la que gobernó México de 1934 a 1940, aunque algunos detractores prefieren el término "Cadete". La corriente política del Cardenismo, surge así:
El ejército apoya el cardenismo y es leal a él, ya que le ha dado voz y voto y el poder presidencial que Lázaro Cárdenas llega a tener, no amenaza el poder militar, sino lo consolida, aunque a partir de Cárdenas el poder lo ostente la presidencia más que los generales.
Con los trabajadores impulsó el tema de los derechos mediante una gran confederación de trabajadores en donde todos estuvieron unidos al Estado y el Estado se comprometió a velar por los intereses de ellos.
El sector campesino y el indígena apoyan a Lázaro Cárdenas porque se les ofrece y entrega la reforma agraria.
A los empresarios les ofreció un proyecto económico viable.
A la iglesia la incluyó en su proyecto.
Cuando Lázaro Cárdenas fue designado candidato presidencial, ya era uno de los divisionarios más importantes del ejército. Había sido un fiel subordinado de Calles, no había atacado a Ortiz Rubio, ni compartido las opiniones conservadores de Calles sobre política agraria. Desde el primer momento empezaron a surgir tensiones dentro del nuevo gobierno. Estallaron debido, en gran medida, a la ola de huelgas que se desató tras la toma de posesión de Cárdenas y a la actitud benigna que ante las mismas adoptó el presidente.
Cárdenas actuó con rapidez ejerciendo el poder que le quedaba a la presidencia en tanto jefatura del ejército. Antes de que el callismo pudiera reaccionar, el Maximato había tocado a su fin y se iniciaba la era cardenista.
La desaparición de Calles y su grupo del escenario político logró que las aguas de la política volvieran a su cauce normal. Terminaba su tarea de eliminar a los callistas irredentos del PNR, el Congreso y las gubernaturas de los estados, Emilio Portes Gil mismo, dejó la presidencia del PNR. Cárdenas lo sustituyó con un hombre de su total confianza, Silvano Barba González.
Por temor a la política obrera de Cárdenas, surgiría una corriente anticardenista dentro del ejército, la institución armada permanecería hasta el final obediente a las órdenes del presidente, y el secretario de Guerra, Manuel Ávila Camacho, sería el sucesor de Cárdenas.
Cuando decidió deshacerse de Calles no le quedó otro camino que fortalecer a la presidencia allegándose la fuerza de los sectores populares. La reforma no tocó sólo la periferia, sino el corazón mismo de la agricultura comercial.
Después del cardenismo, la agricultura mexicana no volvería a ser la misma, la gran propiedad heredada de la Colonia y afianzada en el siglo XIX, fue trastocada en su médula por virtud de la reforma agraria que se impulsó desde la presidencia de la República.
Cárdenas aceleró el proceso de unificación del movimiento obrero hasta llegar a la creación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM). La CTM, organizada a principios de 1936, junto con la CNC, se convirtió en un pilar del cardenismo, aunque la base no llegó a mostrar la incondicionalidad del movimiento campesino, los organismos obreros sostuvieron la candidatura de quien Cárdenas había designado como sucesor, el general Ávila Camacho.
En torno al desarrollo económico del país, Cárdenas llegó a considerar que estaba en la posibilidad de optar entre dos alternativas para ese desarrollo, imitar la estrategia del modelo capitalista seguido por las sociedades industrializadas o intentar un camino diferente que combinara el crecimiento de la producción con el desarrollo de una comunidad más integrada y más equitativa. La utopía propiamente cardenista, consistiría en tratar de ir más allá del keynesianismo o del fascismo, sin desembocar en el modelo soviético.[cita requerida]
El deterioro repentino de la economía en 1938 fue resultado directo de la crisis petrolera. La expropiación petrolera de ese año no sólo afectó a los exportaciones de combustibles sino que, arrastró tras de sí también las ventas de minerales y detuvo las inversiones del sector privado de la economía.
La actividad agropecuaria y la exportación de minerales y petróleo, se vieron sometidos a una dura prueba. El país asistió a un principio de sustitución de importaciones a la vez que al uso intensivo de la capacidad instalada. La política gubernamental favoreció el aumentó de su uso a cerca del 100%. El estado asumió nuevas funciones: “Estado activo”, involucrado directamente en la producción y creación de infraestructura.
Las regiones norte y centro del país, experimentaron los mayores crecimientos de la producción agrícola por habitante y la menor participación del ejido en el total de la superficie cultivada. La zona norte de la costa del Pacífico, tuvo el menor índice de crecimiento productivo. El ejidatario siempre contó con un financiamiento menor que el propietario privado. La baja en el valor de la producción no necesariamente significó un empeoramiento de la situación del campesino. Por el contrario, el consumo de alimentos aumentó en las zonas rurales sin que lo registrara la economía monetaria.
Los ejidos, contaron con muy pocos insumos, usaron los que tenían a la mano: tierra y trabajo, lo cual ayudó a un empleo más racional de estos medios de producción e hizo descender el desempleo rural. La reforma agraria no produjo un crecimiento inmediato de la economía pero los beneficiados por el proceso vieron de inmediato mejorada su forma de vida. El campesino que recibió la tierra durante el gobierno de Cárdenas, mejoró su posición social y económicamente.
En el momento culminante del cardenismo, los gastos de tipo económico fueron superiores al 40%, destinados fundamentalmente al desarrollo de las comunicaciones, la irrigación y el crédito a la agricultura.
El “estado activo”, del cardenismo siguió ensanchando la estructura institucional. En 1934, Abelardo Rodríguez había creado la Nacional financiera (NAFINSA), cuya tarea original era administrar los bienes raíces que la crisis económica anterior había dejado al sistema bancario por quiebras de los prestatarios. Empezó a actuar como sería en el futuro: el banco de desarrollo del gobierno. Ante los conflictos con las empresas eléctricas extranjeras, se creó la Comisión Federal de Electricidad, que con el paso del tiempo sería la empresa dominante.
La Gran Depresión golpeó muy duramente al comercio exterior de México al cerrarle mercados a algunas de sus materias primas, pero durante el primer año de gobierno de Cárdenas, por la economía de guerra que se había instalado en el mundo, el intercambio con el exterior se había recuperado bastante y la exportación ascendió a poco más de doscientos millones de dólares.
Cuando Cárdenas asumió la presidencia, la producción de petróleo, aunque baja respecto al pasado, comenzó a crecer nuevamente. El esfuerzo mexicano por colocar su petróleo en los países del Eje y en América Latina permitió que las ventas al exterior subieran. A partir de entonces y por muchos años la producción de PEMEX se destinaría básicamente a cubrir el mercado interno, en el corto plazo, el petróleo dejó de ser un proveedor de las necesarias divisas extranjeras.
México, podía aprovechar la experiencia derivada de la industrialización de los países capitalistas avanzados para no repetir sus errores ni pagar su enorme costo social; buscaba una “industrialización consciente”, construir un México de ejidos y de pequeñas comunidades industriales. El cardenismo visualizaba al México del futuro como un país predominante agrícola, rural y cooperativo. Empezó a sustituir importaciones de bienes de consumo. Aparecieron nuevas industrias y se encumbraron nuevos empresarios.
Cárdenas adoptó una línea bastante clara con relación al movimiento obrero. Tomó el Plan Sexenal, y apoyó la cláusula de exclusión y el rechazo de “sindicatos blancos”. Este proyecto, llevó a Vicente Lombardo Toledano y a la CGOCM a encabezar, un bloque de organizaciones sindicales de respaldo activo a la política del presidente. El Pacto de Soliradidad tenía por objeto neutralizar las presiones del callismo y sentar las bases de un magno congreso obrero y campesino del cual pudiera surgir una central única de todo el movimiento laboral, la nueva organización debería aceptar como premisa la existencia de la lucha de clases y la imposibilidad de la cooperación con la clase capitalista.
Cárdenas quien al principio de su mandato insistió en que no era necesario expulsar a Calles y a sus seguidores, pasado un tiempo, en abril de 1934, cambió de parecer, y el ex Jefe Máximo y Morones, fueron sustraídos sorpresivamente de sus domicilios y exiliados. La reacción negativa de los empresarios a la política obrera cardenista, subrayó la necesidad de poner fin al conflicto entre las agrupaciones obreras y dar paso a un frente unido de los trabajadores.
Desechó los temores de que los comunistas pudieran ponerse al frente de la nueva pirámide porque a su juicio la raíz de la agitación obrera era básicamente el incumplimiento de las justas demandas de las masas trabajadores.
Lombardo Toledano fue electo secretario general de la CTM. Los estatutos de la confederación refrendaron el principio de la lucha de clases, y la transformación de la sociedad capitalista en socialista. La lucha ideológica sería por el fin de la historia: la sociedad socialista y la abolición de la propiedad privada.
Cárdenas había propuesto que los salarios no se fijaran según el péndulo de la oferta y la demanda de trabajo, sino según la capacidad de cada empresa para seguir actuando de manera redituable. El criterio abrió aún más las puertas del conflicto laboral y las huelgas aumentaron.
Entre los conflictos más espectaculares de 1936 estuvo el de los ferrocarrileros, que llevaría a la nacionalización de esa actividad. También el de los trabajadores agrícolas de la Laguna. La huelga contra toda la industria petrolera, se volvió un problema político nacional que obligó al gobierno a intervenir para evitar que la paralización de actividades dejara al país sin combustible.
La nacionalización de la industria petrolera, una de las decisiones de mayor peso para el futuro y para la conformación de la nación. El apoyo del gobierno a las demandas obreras condujo a la expropiación de las empresas, lograron contratos colectivos con ganancias sustanciales para los trabajadores.
El Plan Sexenal, consideró que el motor de la producción agraria debía ser el ejido y reiteró la necesidad de apoyarlo con crédito e infraestructura. Dar tierra al campesino por la vía ejidal significaba organizarlo, se trataba de hacer irreversible el cambio de estructura en el agro mexicano. Cárdenas no sólo es el presidente que repartió más tierra sino también el que dio las mayores parcelas. Creó el Banco Nacional de Crédito Ejidal.
La memoria de las grandes expropiaciones cardenistas pareció total por primera vez desde el reparto de tierra en Morelos durante la revolución, el verdadero corazón agrario de la Revolución Mexicana. Uno de los apoyos visibles a la candidatura de Cárdenas, había sido la CCM, procedió a formar entonces la Confederación Nacional Campesina CNC, sostuvo que la única forma de defender los intereses de los trabajadores del campo era admitiendo la realidad de la lucha de clases.
La meta de la CNC, era la socialización de la tierra, la central debía volver al ejido la unidad de producción básica, a la manera del koljós. Acabar con el latifundio, solidarizarse con las demandas de los obreros y apoyar la educación socialista de las masas campesinas. Se precisó en sus estatutos que sería la única organización representativa de los campesinos.
La UNS se manifestó desde el principio en contra del ejido y pidió que se desarrollara en el sentido de apoyar y consolidar a la pequeña propiedad privada. Almazán presentaba un programa que atacaba la “colectivización” del país: revivir la encomienda, comprometió a buscar un remedio inmediato a lo que él describió como el “desastre agrario”; según el programa de Almazán, no habría más reparto de propiedades privadas. El Segundo Plan Sexenal, del general Manuel Ávila Camacho, que en su capítulo agrario dejó claro que se impediría la reconstrucción del latifundio, el ejido seguiría recibiendo el apoyo del Estado.
Desapareció el Partido Nacional Revolucionario, surgiendo el Partido de la Revolución Mexicana, que apoyaba la política presidencial: obrero, campesino, popular y militar. Al producirse el conflicto entre el presidente Lázaro Cárdenas y el Jefe Máximo, la cúpula directiva del PNR se encontraba claramente dividida. La crisis llegó a su punto culminante en septiembre, cuando las diferencias entre cardenistas y callistas dieron por resultado un encuentro a balazos en plena Cámara. El partido oficial se convirtió rápidamente en una de las bases más sólidas del presidencialismo posrevolucionario. Lombardo proponía la alianza de la CTM con el PNR, la flamante Confederación Nacional Campesina CNC y el Partido Comunista Mexicano. Cárdenas no dejó ir muy lejos el proyecto.
El conflicto entre el gobierno de Cárdenas y las empresas petroleras de nacionalidad extranjera, tenía un antiguo linaje. Durante un buen periodo sólo debían pagar el impuesto del timbre, menos del 1% del valor de la producción. La situación cambió al iniciarse la Revolución y percatarse el gobierno por primera vez del gran potencial petrolero del país. Las grandes exportaciones del petróleo fueron vistas como una fuente idónea para cubrir los grandes déficits presupuestales.
El párrafo IV del artículo 27 de la nueva Constitución declaró los depósitos petroleros propiedad de la Nación. Al iniciarse los años treinta, México era ya un productor marginal, situación que cambió, con los descubrimientos de Poza Rica en 1930. La compañía inglesa El Águila y el gobierno mexicano llegaron a un entendimiento sobre la explotación de Poza Rica, aceptaba pagar regalías del 15% y el 35% del valor de la producción.
El choque definitivo del gobierno y las empresas petroleras se originó por un enfrentamiento de las empresas y sus obreros, los trabajadores petroleros se encontraban entre los mejores pagados del país. Sin embargo, no había llegado a forma un sindicato único que estableciera las condiciones de trabajo para toda la industria, crearon el STPRM, y se afilió a la CTM. Las empresas rechazaron el monto del aumento pedido, los expertos nombrados abordaron el tema de que la presencia de las empresas petroleras extranjeras había sido más perjudicial que benéfica para el país.
El 1° de marzo de 1938 la Suprema Corte dictaminó un laudo mediante el cual las compañías perdían el jucio laboral que habían emprendido en las instancias inferiores del sistema judicial y debían otorgar un aumento de 26 millones. Las empresas se negaron. Si el gobierno no hacía nada en contra de la rebeldía de las empresas, su prestigio y capacidad de liderato quedarían en entredicho.
Cárdenas hizo saber al país la decisión de su gobierno de cortar por lo sano y expropiar a las empresas petroleras, el 18 de marzo de 1938.
Las países afectados por la medida del presidente Cárdenas, Gran Bretaña particularmente, criticaron la medida expropiatoria y pusieron en duda la capacidad del país par pagar lo que había tomado. Esto incremento la exaltación nacionalista que favoreció al presidente.
México aceptó desde el principio pagar lo que había tomado, pero no inmediatamente sino dentro del plazo de diez años fijado por la ley. El gobierno de Washington sugirió entonces como única solución que México devolviera lo tomado, a lo cual Cárdenas se negó. El gobierno norteamericano y británico, contribuyeron a bloquear la expropiación, prohibiendo a sus dependencias que lo adquirieran. Cárdenas abandonó la presidencia y no llegó a un arreglo definitivo con la mayor parte de las empresas expropiadas.
Cárdenas debió tomar una decisión definitiva y en noviembre de 1939 el PRM anunció que su candidato para el sexenio 1940-1946 sería el ex secretario de Guerra, general Manuel Ávila Camacho. La rivalidad entre Camacho y Almazán, tuvo muchos encuentros de guerra, pero se le dio la victoria a Ávila Camacho.
Al entregar la Presidencia, el partido del gobierno seguía sosteniendo que la lucha de clases era el motor del desarrollo histórico. Con el correr de los años se afianzaría la idea de que al finalizar el sexenio de Cárdenas, había llegado también a su fin la Revolución mexicana.

Reforma agraria

En el norte, llevó a cabo la Reforma agraria, planeada originalmente por Emiliano Zapata. Este reparto es considerado por muchos como el más grande del siglo en la historia de México. Durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas del Río fueron repartidas 18 millones de hectáreas a las comunidades y ejidos. De esta manera, aumentó a 25 millones de hectáreas la cantidad de tierras en el sector social (es decir, las parcelas que se encontraban fuera del régimen de propiedad privada). El objeto del reparto agrario lanzado durante el gobierno de Cárdenas buscaba no sólo la satisfacción de una demanda popular plasmada en la constitución de 1917, sino la formación de pequeñas unidades productivas, con capacidad de autosuficiencia alimentaria.
La unidad básica del modelo de reforma era la conformación de ejidos. Se trata de una dotación de tierras que eran entregadas a un núcleo de población para que las aprovecharan de la manera que consideraran conveniente. Cada ejido estaba regulado por un órgano interno llamado Comisaría Ejidal, integrada por los titulares de la dotación (generalmente hombres) que elegían a un presidente y una mesa directiva. La Comisaría Ejidal tenía la facultad de representar a los ejidatarios en los trámites gubernamentales. Dado que al final de la Revolución y la guerra Cristera, la mayor parte del país estaba en la ruina económica, el gobierno de Cárdenas creó el Banco Nacional de Crédito Ejidal (Banjidal) destinado a capitalizar a los núcleos ejidales.
En Yucatán condujo su política agrarista mediante la expropiación, el 3 de agosto de 1937, de los henequenales en favor de los ejidatarios yucatecos.
Además de la repartición de tierras y el financiamiento monetario, la reforma agraria del Cardenismo incluía el establecimiento de un sistema educativo que permitiera la formación de profesionistas técnicos que ayudaran al desarrollo de los ejidos. Por ello, asociados a los núcleos ejidales, se crearon escuelas donde los niños y jóvenes debían adquirir conocimientos sobre agricultura, ganadería y aquellas otras actividades específicas que permitiera el medio ecológico. En ese sentido, la reforma agraria llevada a cabo durante el sexenio de 1934-1940 se diferenciaba de la implementada por los gobiernos anteriores, para quienes todo se limitó a la dotación de tierra a individuos dedicados a la agricultura a pequeña escala. Lo que la Secretaría de Agricultura se planteaba en la segunda mitad de la década de 1930 fue la creación de centros agrícolas competitivos.
Sin embargo, el plan de formación técnica, como el financiamiento, no pudieron llegar a resarcir el rezago del campo mexicano totalmente. El plan del Cardenismo sólo funcionó en ciertas regiones, aquellas que como la Comarca Lagunera o el valle del río Yaqui contaban con riego y tierras fértiles. Por otro lado, aunque el reparto de tierras durante el gobierno de Cárdenas fue el mayor de la historia de México, no disminuyó significativamente la dimensión de las tierras en pequeña y mediana propiedad, y de los latifundios. Durante el siguiente período (1940-1946), el reparto agrario fue frenado y se emprendió una "contrarreforma" agraria, despojando nuevamente de las tierras recién obtenidas a algunos ejidos, para enajenarlas.

Expropiación petrolera

Artículo principal: Expropiación petrolera.
Quizá la decisión de política pública más representativa de la administración Cárdenas del Río es la expropiación petrolera. Debido a una combinación de factores, entre los que destacan la debilidad de las economías estadounidense y británica durante la década de los treinta (ambas estaban sumidas en los efectos de la crisis de 1929), la existencia de un fuerte conflicto entre los trabajadores de las empresas petroleras instaladas en México y los empresarios extranjeros que desatendieron un laudo laboral de la corte mexicana, así como su propia visión de un capitalismo democrático y nacionalista, en el que las industrias básicas (petróleo, siderurgia, etc.) jugaban un papel clave, Cárdenas decretó la expropiación el 18 de marzo de 1938, creando PEMEX.
A pesar de que la compensación por los bienes expropiados se incluyó en el decreto, el acto enfureció a la comunidad empresarial internacional y molesto a los gobiernos extranjeros, especialmente el Reino Unido. Antes de salir, las compañías petroleras se habían asegurado de no dejar nada para ayudar al gobierno mexicano, con la esperanza de forzar Cárdenas a aceptar sus condiciones. Pese a que México finalmente fue capaz de reiniciar los campos petroleros y refinerías, la producción no alcanzó los niveles anteriores a la expropiación hasta 2 ª Guerra Mundial, durante la cual asesores técnicos fueron enviados por los Estados Unidos como parte de su política de esfuerzo de guerra aliado.
Sin embargo los británicos rompieron las relaciones diplomáticas con el gobierno de Cárdenas, y el petróleo mexicano y otros bienes fueron boicoteados, a pesar de un fallo internacional a favor del gobierno de México. Sin embargo, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el petróleo se convirtió en un codiciado producto. México comenzó a exportar petróleo a la Alemania Nazi y la Italia fascista2
Más importante, sin embargo, que el acto expropiatorio mismo, fue el amplio consenso nacional que Cárdenas fue capaz de crear con esa decisión. No sólo se sumaron los sectores del entonces Partido de la Revolución Mexicana, sino que de manera virtualmente unánime otros muchos sectores de la opinión pública mexicana, la Iglesia católica entre ellos, se sumaron de manera entusiasta a la decisión del entonces presidente, quien construyó de esa manera una amplia base de apoyo social que perduraría muchos años después de que su presidencia terminara.
Tanto así que ha sido el único ex presidente de México capaz de mantenerse activo en la política nacional en el periodo post-revolucionario, como lo atestigua su participación en el Frente de Liberación Nacional, organización que muchos consideran como el germen de algunos de los actuales partidos y movimientos políticos de México, su participación en proyectos de desarrollo social en la cuenca del Lerma y otras regiones de México, así como su decidido apoyo a la Revolución cubana encabezada por Fidel Castro Ruz. Prueba de ello es que en abril de 1961, con motivo de la Invasión de Bahía de Cochinos en que tropas "anticastristas", entrenadas y dirigidas por la CIA, el Gral. Cárdenas del Río se alistó de inmediato al ejército cubano con el fin de combatir a los estadounidenses y sacarlos de Cuba.

Consecuencias de la nacionalización del petróleo

Gran Bretaña rompe relaciones diplomáticas con México y lo amenaza con un bloqueo a gran escala. Las cinco corporaciones estadounidenses se desesperan. Sin embargo, con la Segunda Guerra mundial en ciernes, el presidente Franklin Delano Roosevelt tiene más interés en la alianza estratégica con México como un bloque económico que en proteger las compañías privadas. En contraste, la Anglo-Persian Oil Company (Hoy BP) no era una compañía privada sino dependiente directo del almirantazgo (British Admiral) y parte del poder mismo del Imperio británico.



Cultura y Educación 1991-1970

http://www.youtube.com/watch?v=H06-WDtgOJs

domingo, 10 de marzo de 2013

Cardenismo y educación

REVISTA VINCULANDO 15/02/2010
Lázaro Cárdenas y su legado en la educación


Históricamente la educación ha sido objeto de discusión en cuanto a la orientación que debe tomar ya que hemos vivido momentos de constantes cambios sociales, políticos y económicos.

Por lo tanto estos aspectos inciden de manera directa e indirecta en la educación a impartirse en su momento. De esta manera, es necesario hablar de la educación socialista en México y sus aportes en el ámbito educativo.

Lo anterior nos conduce a responder a lo largo de este artículo la siguiente cuestión: ¿Cuáles fueron los objetivos de la educación socialista en México y qué impacto educativo encontramos en la actualidad?

En este caso es preciso mencionar que en el presente trabajo nos centraremos en el tema de la educación socialista en México en el periodo de Lázaro Cárdenas del Rio, tanto en su etapa como gobernador del estado de Michoacán (1928-1932), como a lo largo de su periodo presidencial (1934 -1940).

Sin duda la educación ha sido la base esencial de toda sociedad, de ahí su sentido social. Por ello cabe mencionar que históricamente cada gobernante en nuestro país ha enfatizado a la educación según sus perspectivas, “como había sucedido con los presidentes anteriores, aunque con sus propias características o matices, se busca que la educación fuera el medio para aliviar los problemas sociales, sobre todo de los grupos más desprotegidos”[2]

De esta manera se comenzaba a hablar de una educación socialista durante el periodo del presidente Álvaro Obregón entre 1920 y 1924 como puntualmente lo afirmaba él mismo:

“el socialismo lleva como mira principal tender la mano a los de abajo para buscar un mejor equilibrio entre el capital y el trabajo, para buscar una distribución más equitativa de los bienes con que la naturaleza dota a la humanidad”[3]

Por otra parte podemos hacer mención que en los años de 1920 a 1934 se implantaron variedad de corrientes pedagógicas con tintes o antecedentes socialistas.

La educación socialista tuvo mayor presencia,

“ con la llegada del general Lázaro Cárdenas al gobierno de Michoacán (1928 – 1932), cuando en sus pretensiones por combatir el analfabetismo, repartir la tierra y mejorar las condiciones laborales de los trabajadores agrícolas, realiza una cruzada educativa a lo largo y ancho del estado de Michoacán, como nunca se había hecho hasta entonces”[4]

En el ámbito educativo y pedagógico, “el papel de la educación y por ende de los maestros rurales consistiría, aparte de enseñar a leer, a escribir y las operaciones matemáticas elementales, en organizar en comités agrarios a los campesinos”[5] , con el propósito de orientarlos para solicitar la tierra o bien como partícipes de campañas con el objetivo de desaparecer el fanatismo religioso.

Durante sus giras como candidato a la presidencia de la República, específicamente en febrero de 1934 en su visita a Chiapas, el general Cárdenas referente a los indígenas,

“Habló de incorporarlos, es decir, de llevarlos al mundo mestizo. Por ese motivo señalo más adelante que era necesario capacitarlos para que fueran considerados como factores de interés en la economía mexicana, y convertirlos en hombres aptos para el cultivo intelectual y en fuerza económica activa para provecho de su raza”[6]

Por lo tanto la educación socialista en Michoacán intentaba a través de actividades diversas como la alfabetización indígena de niños, jóvenes y adultos vincular a la escuela como proceso de producción nacional con visiones de formar una sociedad igualitaria, es decir construir una única sociedad mexicana. A esto refiere Gunther:


“todavía durante la presidencia de Cárdenas se percibe un giro de la castellanización directa hacia los primeros intentos de implementar una educación bilingüe (…) la enseñanza de la lengua purhé no es un fin en sí mismo, sino un medio para incrementar la eficacia del proceso de aculturación, cuyo objetivo último sigue siendo el abandono definitivo de la lengua materna”[7]

En cierta forma había una clara preocupación por la educación del indígena, por integrarlo a la sociedad mexicana, por tal motivo el idioma jugaba un papel imprescindible para incorporar al ciudadano y lograr el objetivo de la educación socialista del indígena.

En Michoacán uno de los primeros intentos por vincular la educación socialista del indígena fue el denominado Proyecto Carapan en julio de 1932, establecido en la zona Purépecha de la Cañada de los Once Pueblos, con el cual se pretendía:

“Crear un instituto de estudio de investigaciones de orden etnológico y, mas ampliamente, sociológico, y a la vez poner en juego un programa de acción tendiente a culturalizar al indio y mejorar las condiciones de vida y lograr la integración de las comunidades al conglomerado social mexicano. Indagar cuáles procedimientos puestos en juego son los más adecuados para alcanzar los fines generales que el gobierno de México persigue a su problema indígena” [8]

La razón por la cual se eligió el pueblo fue porque,

“tal sector resultó ser ideal para los propósitos, por cuanto el profesor Sáenz quería contemplar desde ahí el llamado problema indígena, viéndolo de adentro para afuera, casi como lo mirara el nativo, para quien si piensa en ello, la cuestión se torna problema mexicano”[9]

Entre otros aspectos se relacionaban el;

a) “marcado perfil indígena que hubiera podido conservarse a pesar de la invasión mestiza;

b) que al propio tiempo que se conservara esta idiosincrasia genuina, tuviera la permeabilidad suficiente para ser fecundada por las corrientes exteriores, es decir, aquel momento propicio a los que el profesor Sáenz consideraba como la mexicanización del indio” [10]

Así podemos notar un verdadero principio y normas de trabajo social por parte del profesor Moisés Sáenz como lo muestran sus escritos en el diario de campo la trabajara con el proyecto Carapan:

“Recuerden muchachos que ustedes no van a trabajar en la comunidad, sino con y para la propia comunidad. Ustedes son sólo animadores, asesores, son promotores, no ejecutores, deben por tanto consultar la opinión de los líderes de las comunidades. Tienen que impulsar asentimiento, recabar su colaboración o cooperación; la de una gran mayoría de miembros de la comunidad. No traten de emprender faena alguna que no haya sido consultada y para la cual hayan logrado el visto bueno de la comunidad. Respeten las ideas, las costumbres y sobre todo los patrones culturales de los miembros de la comunidad, por mas contradicciones que les parezcan. Inicien aquellos proyectos que tengan posibilidades de éxito; aquellos para los cuales se cuentan con mayores recursos; luego pueden acometerse los más difíciles”[11]

Al proyecto mencionado, Moisés Sáenz lo consideró el bosquejo de una experiencia, debido a que la estación duró únicamente siete meses, sin alcanzar los resultados esperados y a pesar de haber incluido técnicos destacados, tomando en consideración el corto tiempo que permaneció, como consecuencia arrojó resultados desalentadores, concluyendo Moisés Sáenz en que “la escuela es un escaso instrumento para alcanzar las metas propuestas”[12]. Además de reconocer algunas limitaciones como él mismo lo expresa desde un sentido ético profesional:

“Carapan me despejó algunas pocas ilusiones sobre los grupos nativos (…) Pero el mayor servicio que me hizo fue aclararme esta doble tesis fundamental: el problema del indio es primordialmente un problema humano, y en cuanto a México, corre en función de la integración nacional (…) Socializar al indio no es ni incautarlo, ni regimentarlo, ni experimentarlo; es hacerlo una parte de nosotros mismos y esto quiere decir que siendo buenos mexicanos aprendemos también a ser mejores indios”[13]

Sin duda encontramos un hombre con fuerza y vigor en sus ideales, reflejadas en acciones rígidas sin dejar de un lado el manejo técnico-científico.

“Otro de los proyectos educativos para los indígenas michoacanos lo fue el Proyecto Tarasco (1939) que operó en Paracho con el apoyo del entonces Presidente de la República, el señor Lázaro Cárdenas del Río, donde se pretendió enseñar a los indígenas lo básico, aparte de prepararlos para las artes y oficios, porque la situación en aquellos días era terrible en el campo educativo donde pocos centros existían en esta región”[14]

Es así como en previos acuerdos en el mes de julio de 1939 se instala el Proyecto Tarasco en la comunidad de Paracho, Michoacán. Quedando así Maurice Swadesh en la Escuela Vocacional de Agricultura auxiliado por Maxwell D. Letrop, “el Proyecto Tarasco tuvo como objetivo ensayar una forma de educación bilingüe que proporcionara los conocimientos básicos a la población indígena para incorporarla a lo que en ese entonces se concibió como la vida nacional”[15]

Entonces como primeras actividades a favor del Proyecto Tarasco se diseñó un alfabeto para el programa P’urhépecha, cartillas ilustradas con silabas, cuentos, temas sobre agricultura, alimentación e higiene, leyendas, entre otros, es decir material de interés especial para los indios.


Imagen de Chris Devers, via Flickr
Una vez establecido el Proyecto Tarasco se llevó a cabo un primer curso de aproximadamente un mes para formar a los maestros nativos alfabetizadores, el cual fue verdaderamente sorprendente al reflejar los resultados en los alfabetizados. Jóvenes egresados de la Escuela Normal de Morelia, del Internado Indígena de Morelia, de la Escuela “Hijos del Ejercito” de Pátzcuaro y del Internado Indígena de Erongarícuaro.

En relación a la capacitación de 20 jóvenes, Swadesh mencionaba que era importante el vínculo con la teoría y la práctica. “Por ese motivo se instaló en el Internado Indígena de Paracho una pequeña imprenta para publicar el material del proyecto y un periódico semanal en P’urhépecha, que se sacaba a la plaza pública el día domingo, día de mercado en Paracho y en las misiones culturales”[16]

Es relevante mencionar que en cuanto al proceso de aprendizaje, primeramente era necesario que la misión del grupo de jóvenes cumpliera la meta de alfabetizar, como evidencia saber leer y escribir en su lengua materna para que así el segundo proceso consistiera en la castellanización y por consiguiente el grupo misionario se movilizara a otra localidad en los alrededores de Paracho, pero mientras no se cumpliera el cometido tenían que permanecer ahí.

El Proyecto Tarasco tuvo un gran impacto ante la sociedad indígena de Michoacán en el sentido cultural, ya que la población encontraba sus propias raíces con una nueva perspectiva de vida civilizada. Contrario a ello hacen presencia críticos como Mendieta y Núñez, sosteniendo que:

“el proyecto tarasco fue un fracaso que, según él, ya había previsto. Así lo afirmó en 1942, en el número 3 de la Revista Mexicana de Sociología que el mismo dirigía, pues consideraba que la realización y patrocinio del Proyecto era idea de algunos políticos, en cuyas manos cayó el Departamento de Asuntos Indígenas durante el gobierno Lázaro Cárdenas, afirmando que era una manifestación de limitación extralógica de lo que se hacia en la Rusia Soviética y asegurando que el entonces jefe del Departamento citado [don Luis Chávez Orozco], trataba solamente de forzar la realidad nuestra para hacerla entrar en sus ideas y fines políticos de carácter comunista”[17]

De hecho el Proyecto Tarasco incluido en el Sexenio de Lázaro Cárdenas tuvo relevancia en su momento y fue decayendo no por los criticas u otros factores incidentales, sino porque Ávila Camacho como presidente de México ingresa haciendo ciertos cambios, uno de ellos fue el Departamento de Asuntos Indígenas, el cual más tarde se dejó de apoyar en la práctica y finalmente se terminó.

En efecto el Proyecto Tarasco se esfumó, pero otra iniciativa similar cobra vida en agosto del año de 1945 por iniciativa de Alfonso Caso, encabezando en esa época la Dirección de Enseñanza Superior de Investigaciones Científicas. El se reúne con miembros del Comité de Filólogos y Lingüistas, conformados en Consejo de Lenguas Indígenas, con el fin de diseñar un programa de trabajo, lo que en ese momento dio apretura al Instituto de Alfabetización para Indígenas Monolingües con el propósito de dar pie a la “Campaña Nacional contra el Analfabetismo”[18]

Hay que tomar en cuenta que para la campaña anteriormente mencionada se retomaban las ideas y experiencias P’urhépecha, así como los métodos empleados para el proceso de enseñanza. Aunque ambos proyectos tenían un fin común, se toparon con grandes diferencias, por lo tanto fue necesario hacer ciertos cambios y mejoras al nuevo proyecto.

De esta manera “El instituto de Alfabetización, como continuador de los principios del Proyecto Tarasco, centró sus esfuerzos principales en cinco grupos étnicos del país. Náhuatl de Puebla, Náhuatl de Morelos, Maya de Yucatán, Otomí de Mezquital Hidalgo y P’urhépecha de Michoacán”[19]

En realidad han sido infinidad de resultados que se han obtenido gracias al Proyecto Tarasco, el cual fue el propiciador de la educación indígena y que a partir de ello se han interrelacionado otros programas y proyectos de índole indígena. El proyecto ha ofrecido magníficas bondades y grandes aportes pedagógicos y socio-culturales. Por esta razón no podemos hablar de un proyecto muerto, ya que diversos investigadores han tenido que recurrir a este proyecto para fundamentar a otros a llevarse a cabo en nuestro país y en el extranjero.

Implantar un sistema de educación socialista fue un verdadero reto que no surge al momento de diseñar el Plan Sexenal, sino que se concibe a partir de las ideas revolucionarias externadas por políticos, profesores y dirigentes en la vida nacional de las regiones. El Plan Sexenal fue una vía o medio para la inclusión de la reforma al artículo 3o constitucional. Por lo tanto y refiriéndonos a la época cardenista podemos mencionar que,

“Durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas (1934 – 1940), se modifico el articulo 3o constitucional, para dar lugar a la educación socialista y obligar por primera vez a las escuelas privadas a seguir los programas oficiales. Esta nueva orientación impulsó la educación en todos los niveles, con lo que respecta a la educación primaria, se crearon internados comunales, comedores y becas; las escuelas se vincularon con los centros de producción, alentando a la educación técnica y creando las escuelas regionales campesinas para formar maestros rurales”[20]

Es así como el 1 de diciembre de 1934 entró en vigor la reforma al artículo 3o constitucional, estableciendo una educación socialista. Esta propuesta fue sometida ante respectivas cámaras de Diputados y Senadores para ser aceptada quedando de la siguiente manera:

“La educación que imparta [el Estado] será socialista y, además de excluir toda doctrina religiosa combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social”[21]

Respecto a lo anterior se especificaba que sólo el Estado impartiría educación primaria, secundaria y normal, además de proveer planes, programas y métodos, sin dejar de considerar que la educación primaria sería obligatoria y se impartiría gratuitamente.

De ésta reforma educativa al articulo 3o constitucional no podemos perder de vista que la finalidad “era orientar a los ideales y actividades de la niñez y juventud mexicana hacia el socialismo, para así dar término a la anarquía ideológica y desorientación que existe en las mismas”[22]

Desde otra perspectiva Isidro Castillo comenta “yo creo que la escuela que predica la reforma socialista contiene dos ideas fundamentales: una idea de carácter enteramente racionalista y científica”[23]

La reforma buscaba quitar la venda de la ignorancia a todas la población, que todo lo que existe tiene un sentido y una explicación en base a la ciencia.

Con ésta nueva reforma el gobierno buscaba una verdadera renovación del país, debido a que los trabajadores del campo y de la ciudad, al igual que las clases medias, habían sido golpeados duramente por la depresión económica de 1929; gracias a la educación socialista también se buscaba hacer funcionar el ejido desde el escenario nacional.

“una vez electo Lázaro Cárdenas, reiteró su compromiso de impulsarla, pues era un instrumento que iba a coadyuvar a la abolición de un régimen económico individualista y a la creación de una economía colectivizada en beneficio de los trabajadores del campo y la ciudad”[24]

Y precisamente a manera de ilustración podemos mencionar que así como hubo personas a favor, de igual modo las hubo en contra, muestra de ello son los enfrentamientos que acaecieron entre maestros opositores del medio rural y urbano, así como el hostigamiento del magisterio.

En cuanto a las reacciones, el sector que se vio más afectado fue el clero, ya que un objetivo fundamental del artículo 3o constitucional era la lucha en contra del fanatismo religioso. Consecuente con ello las acciones de mayor envergadura ocurrieron el día 30 de abril de 1934, semanas antes de la reforma educativa en proceso: “El Arzobispo de México, Pascual Díaz, se lanzó contra la educación socialista y de los padres de familia que la aceptaran. Exhortando a los católicos a luchar contra el establecimiento de ella”[25], otros ejemplos fueron las persecuciones y asesinatos de maestros.

Es notorio que el clero se consideraba como enemigo de la educación socialista por las acciones que lo señalaban. Pero además de esto se vivía una situación de controversia, o más bien de confusión por los maestros, como Salvador Camacho lo expresa a través de testimonios reales, en este caso en palabras de una maestra queretana;

“algunos maestros se extralimitaban en sus ideas, no supieron comprender la verdadera ideología de la escuela socialista. Creían que esa orientación consistía en hablar de Rusia, hablar del comunismo, y no era esto, era cultivar en la mentalidad del campesino su igualdad con toda la gente del mundo (…) proponiéndose eliminar sus complejos de inferioridad”[26]

Uno de los medios de comunicación importantes en esa época era el periódico El Universal, que en su artículo publicado el 15 de noviembre de 1934 “recomendaba cautela en la implantación de la escuela socialista, en vista de que existían tantos tipos de socialismo”[27]

Durante el sexenio de Lázaro Cárdenas y con el fin de apoyar al maestro tanto rural como urbano, se llevaron a cabo cursos de capacitación e impresión de folletos sobre el objetivo de la educación socialista, de antemano el presidente Cárdenas sabía que el medio que serviría para establecer el nuevo sistema educativo eran sin duda los maestros, aunque esto se tornaba difícil porque además aunado a la confusión del socialismo por parte del maestro, se encontraba el nivel de analfabetismo que existía en esa época. Lo que es digno de admirar es el compromiso y el arduo trabajo del presidente Cárdenas, del Instituto de Orientación Socialista y demás instancias preocupadas por un rumbo adecuado de la educación socialista, derrocando además el anarquismo presente en todo cambio social, educativo, político y económico.

Conclusión
En México hemos vivido bajo diferentes gobiernos, cada uno con sus propios ideales y características muy propias. Los movimientos sociales, económicos y políticos que ocurren en otros países no pasan desapercibidos, porque de manera directa o indirecta influyen en cierto momento en el gobernante en turno.

Ahora nos remite a hablar de la educación socialista del general Lázaro Cárdenas del Rio como gobernador de Michoacán (1928 – 1932) y presidente de México (1934 – 1940) como puntualmente se hizo en apartados anteriores.

Es sabida la importancia de diversos grupos indígenas que residen a lo largo y ancho de nuestro país. Años atrás el indígena era excluido de la sociedad mexicana, existía, pero bajo ninguna consideración, porque se pensaba no tenia sentido incluirlo por su ignorancia.

La educación socialista vino a incorporar a los indígenas a la vida nacional. Dos experiencias pedagógicas dieron testimonio de la inclusión indígena, por una parte el Proyecto Carapan que pretendía implementar un programa que permitiera enseñar a leer y escribir los elementos de la aritmética en idioma P’urhépecha y castellano, mientras que el Proyecto Tarasco buscaba algo parecido, pero agregándole la lucha social con el fin de mejorar las condiciones de vida.

El escenario durante el periodo de Lázaro Cárdenas nos muestra un intento por consolidar los diferentes grupos indígenas y la sociedad mestiza como única sociedad, aunque se observe en las diferentes comunidades, tradiciones y costumbres, lengua propia, ideología, entre otros.

En dos palabras, cultura propia, que nos sigue identificando como sociedad única o sui generis como los investigadores denominan.

Para concluir, hemos visto el origen y la preocupación por la educación indígena, de igual forma el rumbo que ésta ha tenido. Ello nos orienta a seguir analizando y reconstruyendo los hechos históricos de mayor envergadura que en México han acaecido.

Notas
[1] Lic. en Pedagogía. Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación “José Ma. Morelos”, Morelia, Michoacán.

[2] LECO Tomas, Casimiro. La educación Socialista en la Meseta P´urhepecha 1928 – 1940. IMCED, Morelia, Michoacán, 2000, p. 113

[3] MEDIN, Tzvi. El Minimato Presidencial: Historia Política del Maximato 1928 – 1935. Era, México, 1998 p. 24.

[4] MALDONADO Gallardo, Alejo, et al. Una educación para el cambio social 1928 – 1940. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Morelia, Michoacán, 2008, p. 87

[5] Ibidem p. 97

[6] Ibidem. p. 207

[7] DIETZ, Gunther. Indigenismo y educación diferencial en México: Balance de medio siglo de políticas educativas en la región P’urhepecha. Revista Interamericana de Educación de Adultos 21, No. 1, p. 46

[8] SÁENZ, Moisés. Carapan: Bosquejo de una experiencia. SEP, México, 1936, p. 15

[9] BALHEN, Jesús “La estación experimental de los once pueblos de la cañada” (Carapan) ¿Podría considerarse como el primer proyecto Latinoamericanista de educación fundamental? CREFAL. 1989 P. 1

[10] Ibid, p. 2

[11] REYES, G, Cayetano. La educación indígena durante el cardenismo. 1983. CREFAL, p. 1

[12] MALDONADO Gallardo, Alejo, Op. Cit., p. 126

[13] BALHEN, Jesús Op, Cit., p. 36

[14] LECO Tomás, Casimiro. La Historia Normal Indígena de Michoacán: Historia, Pedagogía e Identidad Étnica. Instituto de Investigaciones Económicas y Empresariales. Morelia, Michoacán. 2008, p. 62

[15] HERNÁNDEZ, Miguel. Sigue la migración espiritual de indígenas P´urhépechas a otras religiones. Xiranhua Diario digital 15 de diciembre, 2004

[16] LECO Tomas, Casimiro. La educación Socialista en la Meseta P´urhepecha 1928 – 1940. Op. Cit. p. 166

[17] Ibíd. p. 170

[18] Ibíd. p. 171

[19] Ibíd. p. 172

[20] RODRÍGUEZ Jurado, Ismael. Historia de Nahuatzen. Voz de Michoacán. Morelia, Michoacán. 2004, p. 65

[21] SOLANA, Fernando. et al. Historia de la Educación Pública en México. SEP – FCE, México, 1981, p. 274

[22] LECO Tomas, Casimiro, Op. cit., p. 124

[23] CASTILLO, Isidro. México: sus revoluciones sociales y la educación. UPN : EDDISA, México, 2002, p. 74

[24] Ibidem. p. 125

[25] Ibidem. p. 128

[26] CAMACHO Sandoval, Salvador. Los maestros rurales en la educación socialista. Testimonios en Historia Mexicana del Colegio de México. México, abril – junio, 1987, p. 85

[27] MENESES Morales, Ernesto. Tendencias educativas oficiales en México 1911-1934. Centro de Estudios Educativos, México, 1986, p. 219

Bibliografía
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